miércoles, 15 de julio de 2009

Cuento de Ciencia Ficción

"Estoy despierto, no hay duda. Pero no puedo hablar, de hecho, no me puedo mover... debo estar todavía bajo el efecto de alguna droga. Sí, veo muy borroso, seguramente me sedaron. Después de todo, la operación no era como quitar un lunar o algo así.

¿Quién lo fuera a decir?: sucedió. Salí de entre los muertos, ¡estoy vivo! ¡Gracias Dios! ¡Gracias a la ciencia! Vieja, ¡si estuvieras conmigo!... pero no, preferiste quedarte con tu corta vida; no estabas preparada para esto. Te lo dije tantas veces... Siempre fuimos tan diferentes, y ahora, nuestras diferencias han llegado a su máxima expresión: yo estoy, y tú no.

Si no la eternidad, al menos viviré mucho más... y tendré tiempo para empezar un estilo de vida y luego otro. Primero seré médico. Ya no tengo la excusa de la edad correcta para empezar y de haberme dedicado siempre al comercio. ¡Lo que yo quiera!, y no importa el tiempo que me tome. Y cuando me aburra de curar gente, podría intentar introducirme al tejemaneje de las leyes, ¿por qué no?, sería un excelente abogado. Y después de eso, me ocuparía escribiendo mis memorias, que para entonces serán muchas y muy vendibles.

Tienes razón, puede que me sienta solo; aunque, será sólo al principio. Como debiste suponer, tarde o temprano tendré que rehacer mi vida con alguien, y lo peor de todo -para ti, porque no para mí-, es que necesariamente será mucho más joven que nosotros, lo cual debiste haber previsto, ¿no es así? De todas maneras, sé que mi felicidad es lo que más te importaría."

"Conservo mis recuerdos, entonces, soy yo mismo, por supuesto... bien que tengo mi alma conmigo. Tú y tus ideas, ¿cómo iba a perderla? Vieja... si me hubieras escuchado... Que eso sólo Dios lo puede hacer, que te quedarás sin alma, que es demasiado dinero lo que cobran... Miedos. Por tus miedos ya no existes. ¿Dónde estarás? ¿En el cielo? Yo no estuve ahí, eso sí te lo puedo decir. Ni siquiera vi el famoso túnel con la luz al fondo... Quizá Dios sabía que yo no había llegado a mi última parada, sino que esperaba al siguiente camión; o tal vez no vi túnel porque ¿nunca ha habido tal? y entonces el cielo es un mito y el único paraíso era el terrenal, que por ignorancia nadie lo aprovechó... excepto yo, y otros pocos, por supuesto.

Supongo que me quedé aquí mismo, y mi conciencia simplemente permaneció en estado suspendido, y cuando me descongelaron (estuve más helado que un iceberg por quién sabe cuánto tiempo), reinicié como las computadoras, ¿no? Sí. Mi teoría es que no somos más que ordenadores, pero con neuronas en lugar de chips.

Bien, dijo el doctor que la nanotecnología tarde o temprano podría reestablecer células dañadas. Y ahora, ¡increíble!, aquí estoy de nuevo; el avance de la ciencia no se detuvo. Excelente."

"A pesar de los pesares, y por haber sido más valiente que tú, existo, y qué crees, ¡con un nuevo cuerpo! Ahora lo más seguro es que me pidan que dé conferencias sobre crionismo y quién sabe que más oportunidades me irán saliendo. Fíjate, aunque no quiera, seré una celebridad; todo el mundo querrá preguntarme cosas de mi vida presente y del pasado. Y tu nombre también será mencionado en los medios y quedarás en la historia como la esposa de Orlando.¡¿Qué te parece?!

Te extraño..., con o sin compañía, te extrañaré mucho."

"Esos deben ser doctores, o al menos eso parecen... No me atienden, qué raro... tal vez esperan a que baje el efecto de la droga. Platican... mueven los labios, pero no oigo nada... es como si me encontrara en el fondo del mar, hasta mis pensamientos resuenan en este silencio absoluto. ¡Caray! ¿Será sólo un sueño? No. Estoy despierto, no hay duda. Espero que no sea una secuela del daño celular.

¿Levantarme?, no creo... no siento nada de nada, seguro esto tarda en reaccionar. ¿Les hablo?, ni siquiera puedo mover la boca o la mandíbula... Tranquilo, Orlando, no te desesperes, esto debe tomar su tiempo... Sí... debo esperar."

"Un momento, ¡no estoy acostado!, se supone que debería, ¿no?, veo la puerta, ¿estaré sentado? ¿parado?, pero... ¿cómo?, si no siento mi cuerpo, ¡ni puedo voltear a verlo! Calma, calma... en unas horas el doctor me lo explicará todo.

¡Demonios!, ya quiero ver el mundo! ¿Qué año es? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Ya esperé demasiado, por favor ¡vengan ya!"



-No sé, ¿qué te dijo el doctor?

-Pues, estaba satisfecho de ver ciertas señales de reactivación, algunos flujos eléctricos, no es gran cosa todavía. Pero no quiere sacar a la luz esto, ya sabes, la empresa daba garantías de rehacer la vida de sus clientes... y no creo que éste vaya a ser muy feliz que digamos...

-Bueno, hay que reconocer que es todo un logro que sus neuronas generen impulsos eléctricos, pero, de ahí a que reviva, que le peguen otro cuerpo y todo lo demás...

-El doctor cree que algún día se podrá, no se te ocurra contrariarlo con tus comentarios...

-¿Oye..., tú crees que su espíritu nos esté viendo desde el cielo o de donde sea? No estaría muy contento que digamos... ¡Ay ca..., me da nervios sólo pensarlo!.

-Nunca se te quitó lo miedoso. Oye, por cierto, no se te olvide limpiarle la pecera y echarle su comidita, ¿eh?



Los estudiantes se carcajearon por la ocurrencia, y Orlando vio cuando salieron del cuarto.

jueves, 2 de julio de 2009

ACTIVIDADES 41E LENGUAJE

GUIA PARA REALIZAR EL TRABAJO DE INVESTIGACION Y PORTAFOLIO.
ASIGNATURA: LENGUAJE Y LITERATURA
Profesor/Lic. Salvador Hernández



Temas de Investigación (PRIMER AÑO DE BACHILLERATO. Sección 41E )


Contenidos:

La Revolución Industrial Y Francesa y sus respectivas etapas e ilústrelo cada uno.
Investiga las diversas manifestaciones románticas de cada país asignado, así como sus respectivos escritores.
Alemán /Francés/Inglés/Español/Italiano/Ruso/ Estadounidense/Argentino/ Mexicano y Latinoamericano.
Investiga Biografía y obras lo mas relevante de cada uno de ellos .Víctor Hugo .Edgar Allan Poe y Gustavo Adolfo Bécquer, Wolfang Goethe, Fernando de Moratin y Benito Pérez Galdoz, Alejandro Dumas, Jorge Isaac, Duque de Rivas y sus principales obras.
Investiga el origen de las letras mayúsculas, y da ejemplo del uso de ellas.
Copia las tres primera reglas de las siguientes consonantes (b-v-c-s-z-m-n) y da un ejemplo de cada una de ellas.
Investiga sobre el contexto del Realismo y sus características.
Investiga sobre los orígenes de la novela sociológica y novela realista.
Investiga sobre la vida y obra de los escritores más relevantes del realismo latinoamericanos, Estadounidense ,españoles ,Franceses y Salvadoreños. .ilústrelos.
Investiga el concepto de: Positivismo verosímil, Capitalismo, Burguesía, Filosofía, Ciencia Experimental ,sueño ,angustia idealismo Liberalismo .
Investiga la clasificación de palabras SINÓNIMAS, ANTÓNIMAS, HOMOFONAS, HOMONIMAS Y PARONIMAS, hacer 10 ejemplos de cada una y seleccionar 5 ejemplos y formular oraciones.


NOTAS IMPORTANTE

Letra de molde o carta opcional, mucha atención en la escritura, uso de letras mayúsculas, redacción, análisis, síntesis, ortografía ,acentuación y puntuación.
Uso de bolígrafo NEGRO, TITULO ROJO. Respetar márgenes, espacios y agregar dibujos .
Todo deberá ser en el cuaderno
Entregar una conclusión de cada tema o numeral .
Trabajo será entregado el Jueves 9 de julio de 2009.

Con esta actividad aparte de llenar los vacíos por la emergencia y suspensión de clase decretada por el Ministerio de Educación; se pretende lograr mayor responsabilidad y toma de conciencia de parte del estudiante y de ustedes como padres de familia, es una de las formas de poder ayudarlos A LOGRAR SUS OBJETIVOS y complementar el cumplimiento deL rendimiento académico y conductual DE SUS HIJOS dentro de la institución .

Es una obligación que todos los alumnos trabajen y por lo tanto les ruego se comuniquen entre ustedes como compañeros de clase para hacerles llegar esta información, si el alumno no cumple con estas obligaciones académicas será considerado como incumplimiento de tareas.


ATENTAMENTE,


Lic. salvador Hernández.

martes, 30 de junio de 2009

ACTIVIDADES DE LENGUAJE

ACTIVIDADES DE LENGUAJE


Profesor/a: Salvador Hernández Especialidad: Lenguaje.
Grado: 7º Sección: A,B,C,D Asignatura: Lenguaje y literatura.
Unidad Nº: 5 Nombre de la Unidad: Narrativa: el cuento de Ciencia Ficción


ACTIVIDADES A DESARROLLAR

1. Anotar las características del cuento de ciencia ficción, consultar el libro de
lenguaje.
Deberán leer el cuento "cuanto se divertían" del libro de lenguaje -páginas 112
y 113 - y aplicar las caracteristicas, deben explicar cómo se cumplen, anotar
las citas en su cuaderno como ya hemos aprendido.

2. Resolver la guía de comprensión lectora de las páginas 114 y 115.

3. Buscar la definición de las siguientes figuras literarias: anáfora,
reduplicación, similicadencia y complexión.

4. buscar el el cuento ya leído "cuanto se divertían" del libro de lenguaje -
páginas 112 y 113 y anotar en el cuaderno las figuras que aparecen ubicadas en
el libro.

5. Buscar o crear 15 ejemplos de cada una de las figuras antes mencionadas las deben
anotar en el cuaderno.

6. Buscar nombres de autores de cuentos y las producciones de cuentos de ciencia
ficción. Anotarlas en el cuaderno.

7. Leer y resolver las actividades sugeridas en las páginas 120 y 121.
Por favor deben crear un cuento personal y propio, no copiado de ningún lugar o
libro. deben anotarlo en el cuaderno con bolígrafo. háganlo a lápiz primero y en
páginas.

8. Terminar de leer Doña Bárbara. Recueden que lo evalueré con segunda oportunidad
el día en que se presenten al colegio, estar pendiente de la página principal del
colego.


Profesor Salvador Hernández

lunes, 29 de junio de 2009

GUÍA DE SOCIALES DEL PROFESOR MENJIVAR

COLEGIO SALESIANO SANTA CECILIA

DEPARTAMENTO DE SOCIALES

GUIA PARA EVALUAR EL LIBRO MOTIVACIONAL: “COMO SER UN ESTUDIANTE DE ÉXITO”

SEPTIMOS GRADOS SECCIONES A, B, C, D.

DOCENTES: PROF. JOSE ANTONIO MENJIVAR SIBRIAN

A) INFORMACIÓN RECOLECTADA

i

a) Numerar cada una de las páginas para el correspondiente índice.

b) Trabajo debe ser completo y claro.

B) PARTES QUE COMPRENDE LE REPORTE

a) Portada : modelo manejado para los trabajos ex – aulas ( ver ejemplo )

b) Índice : Conforme a la numeración de pagina

c) Introducción: que describa contenidos de trabajo. ( 1 Página )

d) Objetivos: 1 General y 2 Específicos,

e) Desarrollo: Ordenar la información por apartado a manera que comprenda la temática con su correspondiente información. Las preguntas a desarrollar son:

1. Qué fue lo que motivó al autor a escribir el libro.

2. Escriba y explique por lo menos cinco pilares de un estudiante de éxito.

3. Según la ciencia, ¿En qué nos convertimos nosotros desde el mismo día en que fuimos engendrados y por qué?

4. ¿Cómo hemos sido creados todos los seres humanos?

5. ¿Qué les decía el profesor Padilla a sus alumnos para motivarlos a ser los mejores durante el año?

6. Según el profesor Padilla, quienes debían se los mejores amigos de los estudiantes, mientras estuvieran en la escuela?

7. ¿Cómo debían de responder los alumnos a la hora que el profesor pasaba lista en las clases?

8. ¿Qué debían de recordar los alumnos del profesor Padilla cuando algo les parecía difícil o imposible?

9. Según usted, ¿Qué le puede generar a un alumno cualquiera, el hecho de poder leer una hora extra todos los días, los 365 días del año durante 9 años, del cuarto grado al tercer año de bachillerato.

10. ¿Qué cosa realizaba Diego todos los días de la semana, incluso los días domingo?.

11. ¿Qué les enseño el profesor Padilla a sus alumnos en cuarto y quinto grado, para que creyeran que podían hacer sus sueños realidad?

12. Según la lectura, ¿qué se te viene a la memoria al leer lo siguiente: “Que lo que hagamos ahora marcará la diferencia dentro de 15, 20 o 25 años?

13. Escriba y explique al menos tres valores para triunfar:

14. En relación al capítulo: “Metas la clave del éxito”, ¿Qué le dijo el subdirector de la ENCO al autor de la obra?

15. ¿Qué hacen los estudiantes que desean llegar a ser los mejores profesionales en el futuro?

16. Según el autor de la obra , ¿Cuál puede ser uno de los logros más importantes de que los JÓVENES SE CONVIERTAN EN ESTUDIANTES DE ÉXITO?

17. ¿Cuánto dinero tuvieras ahorrado en este momento, si le pusieras el valor de un dólar al tiempo que has perdido de diferentes maneras, desde que estabas en el tercer grado?

18. ¿Cuál es la grandeza de poner en práctica un horario de estudio?

19. ¿Qué significa: “enfócate para triunfar”?

20. Escriba por favor, dos claves básicas para elevar el rendimiento académico, explique cada una de ellas.

21. ¿Qué nos recomienda el autor de la obra, en relación a los comerciales para que consumamos cigarrillos?

22. Cuáles son las palabras que generalmente dicen una y otra vez, quiénes han caído en las garras del alcohol?

23. Según la lectura de la obra, ¿Cuáles pueden ser algunas de las consecuencias de consumir drogas?

24. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de un noviazgo a los 11,13,15 ó 17?

25. ¿Por qué es importante el formar un equipo de estudios para el éxito?

26. ¿Según el profesor Padilla, ¿Cuál es el mejor camino para salir de la pobreza material y pobreza mental?

27. ¿Qué le espera en el futuro a las grandes mayorías, quienes en los diferentes períodos de vacaciones se divierten a las mil maravillas?

28. ¿Cuál es la decisión de mayor importancia y trascendencia que deberías tomar en la vida?

29. ¿Qué es lo que debería de hacer un joven que ahora tiene TODA LA ENERGÍA, LA FUERZA Y LA INTELIGENCIA, para no llegar a fracasar en el futuro?

30. ¿Cuál es la mejor forma de asegurar el que ganes una beca para estudiar tu carrera universitaria, ya sea en el país o en el extranjero?

31. Describa dos preguntas básicas que se utilizan en la realización de un plan para el éxito, y sus respuestas en cuánto a cómo ganar una beca de estudio.

32. ¿Qué deben de saber los estudiantes que les gustaría ganarse la mejor beca del bachillerato, para estudiar en el país o en el extranjero?

33. En relación al capítulo: “No olvides a la alta competencia, por becas y empleos”…¿Cuáles dos cosas no debe olvidar todo estudiante?

34. ¿Cuáles eran las palabras que el profesor Jorge Padilla, siempre tenía a flor de labio cuando les daba clases a sus alumnos en cuarto y quinto grado?

35. ¿Cuál fue el mensaje que el embajador de Taiwán envío a los jóvenes del planeta, por medio de esta obra?

36. De acuerdo con el autor de la obra, además de que un profesional este capacitado para desempeñar el puesto en el que él o ella es el mejor profesional, ¿Qué otras cosas debe de saber él o ella para llegar a triunfar en cualquier país del planeta?

37. ¿por qué los adolescentes o jóvenes se sienten mal cuando los padres los regañan o los disciplinan en esos años?

38. ¿Qué les puede pasar en el futuro a los adolescentes o jóvenes de la actualidad, si no se esfuerzan lo suficiente para aprender lo más que puedan ahora que son estudiantes?

39. ¿A quienes agradeció Diego después de Dios, luego de haberse ganado la beca para estudiar en la República Federal de Alemania?

40. Según el escritor, ¿qué significado tiene el ganarse una beca para estudiar en el extranjero?

f) Glosario : Definición alfabéticamente de términos no muy conocidos encontrado en la lectura del libro

g) Conclusiones: Redactarlas considerando los aspectos seleccionados para el contenido.

C) PRESENTACIÓN

a) Equipo de 4 integrantes.

b) Hoja tamaño carta escrita a computadora

1. Anillado o fólder.

c) Ordenar y distribuir correctamente la información a manera que tenga buena presentación.

d) El profesor estará recibiendo el desarrollo de la guía los días 20-07-09 al 24-07-09 , con las siguientes características:

GRADO

PRESENTACIÓN

FECHA

7 “ A “

FÓLDER AZUL

20-07-09

7 “ B “

FÓLDER VERDE

22-07-09

7 “ C “

FÓLDER ROJO

22-07-09

7 “ D “

FÓLDER AMARILLO

20-07-09

miércoles, 27 de mayo de 2009

SITIOS RECOMENDADOS PARA APRENDIZAJE

http://www.aplicaciones.info

jueves, 21 de mayo de 2009

Conectores

Aditivos. Expresan suma de ideas.

Noción de suma: y, además, también,asimism, también, por añadidura, igualmente.
Matiz intensificativo: encima, es más, más aún.
Grado máximo: incluso, hasta, para colmo.
Opositivos. Expresan diferentes relaciones de contraste entre enunciados
Concesión: con todo, a pesar de todo, aun así, ahora bien, de cuaslquier modo, al mismo tiempo.
Restricción: pero, sin embargo, no obstante, , en cierto modo, en cierta medida hasta cierto punto, si bien, por otra parte.
Exclusión: por el contrario, en cambio.
Causativos-Consecutivos. Expresan relaciones de causa o consecuencia entre los enunciados
Consecutivos: por tanto, por consiguiente, de ahí que, en consecuencia, así pues, por consiguiente, por lo tanto, por eso, por lo que sigue, por esta razón, entonces, entonces resulta que, de manera que .
Causales: porque, pues, puesto que.
Comparativos. Subrayan algún tipo de semejanza entre los enunciados
Del mismo modo, igualmente, análogamente, de modo similar.
Reformulativos. Indican que un enunciado posterior reproduce total o parcialmente, bajo otra forma, lo expresado en uno o más enunciados anteriores.
Explicación: es decir, o sea, esto es, a saber, en otras palabras.
Recapitulación: en resumen, en resumidas cuentas, en suma, total, en una palabra, en otras palabras, dicho de otro modo, en breve, en síntesis.
Ejemplificación: por ejemplo, así, así como, verbigracia, por ejemplo, perticularmente, específicamente, incidetralmente, para ilustrar.
Corrección : mejor dicho, o sea, bueno.
Ordenadores. Señalan las diferentes partes del texto

miércoles, 20 de mayo de 2009

Poema a María Auxiliadora


Poesía

Mi amiga es María

En lo alto del azul cielo,
hay una linda estrella que brilla.
Las aves levantan su vuelo
para estar cerca de ella cada día.

Es mi amiga y me cuida con celo,
es buena, humilde y sencilla.
En su cabeza lleva una corona
conmigo estás siempre, Virgen María

Madre de bondad
Auxilio de los cristianos
Rica en misericordia
Imagen a imitar
Alegre compañía.

lunes, 18 de mayo de 2009

Mis alumnos


martes, 21 de abril de 2009

Primera año de bachillerato 41E

ACTIVIDAD Nº 1

Lectura y análisis de la obra EL LAZARILLO DE TORMES. Se evaluará la lectura comprensiva y el análisis a través del método de claisficación de la personalidad de los diferente autores que acompañan al personaje de la obra. Los alumnos deberán presentar un escrito donde se relaten las descripciones personales (físicas y psicológicas de los personajes) La actividad será realizada en grupos de 4 integrantes que el maestro decidirá el procedmiento de conformación.
Se evaluará en tres partes, concluyendo con exposiciones grupales de sucesos de la obra.

20% Del 20 al 24 de abril



ACTIVIDAD Nº 2

Laboratorio sobre la obra EL LAZARILLO DE TORMES. Se realizarán preguntas en círculos de 3 integrantes


15% Del 27 al 30 de abril


ACTIVIDAD Nº 3

Lectura y análisis de la obra HAMLETH William Shakespeare

20% Del 11 al 15 de mayo


ACTIVIDAD Nº 4


Laboratorio de la obra Hamlet de William Shakespeare

15% Del 25 al 29 de mayo

OCTAVO GRADO

ACTIVIDAD Nº 1

Laboratorio oral sobre la obra “Cuentos de barro” de Salarrué. Grupos de tres integrantes . Cada alumno deberá leer la obra y trabajar de acuerdo a la explicación de clase - lectura, definición de palabras y síntesis de todos los cuentos -. Cada grupo debe lograr explicar de manera verbal los mitos, leyendas y tradiciones orales que se presentan en la obra a través de la grabación de cuentos en CD o caset, las grabaciones deben ser creativas, dinámicas y con sonidos y voces reales realizadas por los integrantyes de cada grupo.

15% del 27 al 30 de abril


ACTIVIDAD Nº 2

Laboratorio de análisis gramatical. Deben traer la obra, que sea personal, usando la obra se analizarán algunas páginas en la que los alumnos demostrarán la habilidad de ubicar elementos gramaticales. No se realizará la evaluación a ningún alumno que no tenga la obra propia.

Fecha de realización Miércoles 13 de mayo 20%

lunes, 20 de abril de 2009

Actividades del segundo periodo

SÉPTIMO GRADO

PORTAFOLIO Nº 1

Laboratorio sobre la obra Como ser un estudiante de éxito. los alumnos en los mismos grupos de tres integrantes deberán leer cada capítulo, hacer un resumen y clasificar las palabras en agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas. Deben presentar un reporte escrito a mano e ilustrado en un folder tipo portafolio de color celeste.

15% DEL 27 AL 30 DE BRIL


PORTAFOLIO Nº 2


Revisión de micro actividades correspondientes a los contenidos de la unidad tres. Deberán entregar un portafolio de color celeste forrado con los nombres y fotografía de los integrantes, será desarrollado en grupos de tres , no más, ellos los integrarán libremente. Todas las actividades de clase, del libro, tareas cortas descritas en el diario pedagógico entre ellos -la creación de su propio cuento policial y la lectura de los dos cuentos policiales colocados en el blog (www.salvadorh.blogspot.com) deberán ser ilustrados con imágenes y descripciones que resuelvan la temática revisada durante la unidad.

La actividad es estrictamente grupal, con ello se fomenta la organización y convivencia, no se trata de presentar un trabajo con el mismo tipo de letra, pero sí un solo trabajo en equipo. Los alumnos se debe distribuir las partes a trabajar, desarrollarlas e ilustrarlas (dibujos y colores).

No se aceptarán trabajos individuales.

20% DEL 4 AL 8 DE MAYO


ACTIVIDAD Nº 3

Lectura y análisis de la obra Terremoto de San Salvador de Porfirio Barba Jacob. Cada alumno debe leer la e ir marcando las palabras incomprensibles, luego deberán crear un cuento ilustrado, a computadora y coloreado con todas las situaciones presentadas en la obra, al final se obtendrá un cuento realista.

Antes de hacer el cuento deben leer y analizar las características del cuento realista y los contenidos del cuento de la unidad Nº 4 del libro.

El cuento debe ser personal, creado por ellos mismos, no de internet, ni de otro lugar..
Lo entregarán sólo el día jueves 14 de mayo, no otro día.
Deben usar los personajes propuestos en la página 92 del libro de lenguaje
Usar descripciones de lugares, ambientes y personas
Aplicar las características sugeridas en la página 93 del libro de lenguaje
Ser realizado a computadora, letra tamaño 12, a un espacio (espacio sencillo), letra comprensible, dos o más páginas, justificado completo, sin portada. - sólo el título del cuento y al final del cuento el nombre del alumno, grado, sección y número de lista-. en páginas de papel bond e ilustrado, coloreado.

20% EL 11 AL 15 DE MAYO
( se recibirá el jueves 14 únicamente)


ACTIVIDAD Nº 4

Transformación a cuento realista (escrito) a partir de las tendencias del realismo costumbrista rural y urbano de la obra Terremoto. Deberán recabar información local o comunitaria sobre las experiencias de terremotos históricos y sobre ello será el cuento creado.

Deben buscar teoría y características sobre los tipos de cuentos realistas
y costumbristas rurales y urbanos.


15% DEL 25 AL 28 DE MAYO.



lunes, 13 de abril de 2009

Cuentos policiales para analizar en séptimo grado

EL FINAL...

El hombre que estaba escribiendo sobre ese escritorio era un aspirante a escritor de novelas policiales. Había utilizado mucho tiempo en encontrar la trama perfecta, el detective perfecto, la forma de escribirlo con maestría. Su objetivo era ser reconocido a través de los años como el hombre que realizó el mejor cuento policial, ganándole incluso al Sherlock Holmes de Conan Doyle. Y al parecer lo estaba logrando.Llevaba meses viendo la forma perfecta de escribir ese cuento. Era seguro que ganaría el primer premio del concurso del que iba a participar, sí, el triunfo era seguro y ya lo tenía plasmado en el rostro.El detective que había creado era de lo más ingenioso. Tenía las dosis perfectas de cada tipo de emoción, incluyendo el amor. ¿Por qué un excelente detective no iba a hacerse un lugar en sualma para un verdadero amor? Después de todo, si es tan brillante, debería también poder vivir con normalidad como cualquier otro ser humano. Con sentimientos y todo. ¡Sí, estaba yendo por el camino perfecto!El caso... debería resolverlo él. Que sea difícil. Que los lectores piensen una cosa... que después dé la impresión de ser otra... y que el final sea completamente inesperado. ¡Y ese gran final! Siempre lo tuvo pensado. Un gran secreto que nadie, absolutamente nadie, iba a poder revelar hasta el último párrafo del cuento. Quizá le agregaría un pequeño epílogo explicando un poco más allá, explorando la profundidad del asunto. Porque había gente a la que no le gustaba los finales abruptos. Y como la explicación tampoco iba a ser mucha, iba a dejar satisfecho a todo el que lo leyera. ¡Ay, qué buen cuento, era el mejor de todo el mundo! Era la maravilla, la perfección. Algo nunca antes visto, único e inigualable.El escritor pensó que había sido acertado no habérselo dicho a nadie más que a su representante. Después de todo, él siempre le había publicado sus cuentos. Nunca uno policial, siempre de magia, de monstruos, infantiles. Era un gran salto el hacer un cuento policial, encima, de esa estirpe... El escritor no podía comprender cómo había surgido eso de su imaginación, se sentía tan orgulloso de sí mismo... así que por eso había hablado con su representante; si bien no lo iba a publicar con él (ya que ese cuento estaba destinado a ganar un concurso), era muy habitual que lo llamase para alardear de su obra, para tener a alguien con quien ensayar sus discursos, o simplemente para hablar consigo mismo, pero teniendo un testigo que oyera sus palabras.Esta vez el orgullo lo había llevado a contarle todos los detalles de su obra maestra. Todos, a excepción del gran final. Ese sí era un dato que se reservaría. Incluso a su representante lo sorprendería, quizá a él más que nadie, ya que estaba acostumbrado a las “sobrenaturalidades”de la literatura de su escritor.¡Era muy gracioso! Haberle contado sobre su arte perfecto a ese hombre tan mediocre... lo único que su representante podía hacer bien era publicarle sus obras. Nada más. Le provocaba risa,porque incluso era incapaz de escribir sin faltas de ortografía... pero no debía pensar en eso ahora. No. Ya estaba terminando el cuento. Había buscado con su mente las palabras justas con las que largar ese final.El escritor había empezado a escribir el anteúltimo párrafo, el cual había escrito en su cabeza. Ya era de noche. Estaba tan entusiasmado... quizá por eso no oyó los ruidos en la cerradura de lapuerta de su pequeña casa de campo. Este... sí, eso es lo que tiene que hacer el detective. ¡Es perfecto! Tal vez esa euforia y la concentración no le permipermitieron percibir los pasos que se acercaban lentamente hacia su escritorio, de espaldas a la puerta e iluminado sólo por una lámpara de noche. Así que fue demasiado tarde cuando escuchó el golpe en su lámpara, y vio a su representante enfrente suyo, mientras trataba de concluir ese último párrafo, con unos guantes negros y apuntándole con un arma directamente a la cabeza. Entonces todo se oscureció para el escritor.¡Es muy bueno escribir en un diario íntimo! Te permite escribir las cosas de la forma que quieras sin que nadie te esté criticando. Como ese asqueroso escritor.Siempre me trató de menos, era una porquería. Sin embargo, tenía razón en que no puedo hacer nada bien. ¡Por qué no apunté bien! En el pecho le tenía que pegar... pero igual, internado y todo, esa herida es mortal... tiene que ser mortal, si no, estoy perdido. A menos que entre y... pero no, ¡va a morir, tiene que morir! JAJAJA, y cuando muera habrá deseado leer cómo pinté su fin en estas hojitas de diario íntimo. Realmente no puedo parar de reírme. Sin embargo, estoy nervioso. Pero va a morir. Tengo que rogar que así sea, ¡por favor!Y a pesar de todo, siempre confió en mi, su representante... sin saber que yo me vengaría de todos los años en los que me basureó tan insensiblemente, refregándome por la cara su éxito, haciendo suyo mi sueño de escribir cuentos infantiles... realmente se siente extraño. Mi sueño era escribir cuentos infantiles y ahora...Será mejor que concluya este cuento que el escritor dejó inconcluso. Maldita sea, sí que es bueno. Pero tendría que haber esperado más para matarlo. Bueno, va a morir, así que el disparo fue como si lo hubiera matado. Al menos tendría que haberme asegurado que terminara de escribir su cuento. Pero bueno, lo hecho, hecho está. Esto está tan bueno que le ponga el final que le ponga, va a ser un éxito igual. Quizá podría concluir con algo así como que el detective es el culpable... ¡qué se yo!Mmmm... bueno... ya está, creo. Y esto va a llevar mi nombre, qué gracioso. Listo. Ahora me voy a hacerlo entrar en el concurso. ¡Diario, deseame suerte! Voy a ganar. Estoy seguro.


LA ESPERA
de Jorge Luis Borges

El coche lo dejó en el cuatro mil cuatro de esa calle del Noroeste. No habían dado las nueve de la mañana; el hombre notó con aprobación los manchados plátanos, el cuadrado de tierra al pie de cada uno, las decentes casas de balconcito, la farmacia contigua, los desvaídos rombos de la pinturería y ferretería. Un largo y ciego paredón de hospital cerraba la acera de enfrente; el sol reverberaba, más lejos, en unos invemáculos. El hombre pensó que esas cosas (ahora arbitrarias y casuales y en cualquier orden, como las que se ven en los sueños) serían con el tiempo, si Dios quisiera, invariables, necesarias y familiares. En la vidriera de la farmacia se leía en letras de loza: Breslauer, los judíos estaban desplazando a los italianos, que habían desplazado a los criollos. Mejor así; el hombre prefería no alternar con gente de su sangre.
El cochero le ayudó a bajar el baúl; una mujer de aire distraído o cansado abrió por fin la puerta. Desde el pescante el cochero le devolvió una de las monedas, un vintén oriental que estaba en su bolsillo desde esa noche en el hotel de Melo. E1 hombre le entregó cuarenta centavos, y en el acto sintió: "Tengo la obligación de obrar de manera que todos se olviden de mí. He cometido dos errores: he dado una moneda de otro país y he dejado ver que me importa esa equivocación".
Precedido por la mujer, atravesó el zaguán y el primer patio. La pieza que le habían reservado daba, felizmente, al segundo. La cama era de hierro, que el artífice había deformado en curvas fantásticas, figurando ramas y pámpanos; había, asimismo, un alto ropero de pino, una mesa de luz, un estante con libros a ras del suelo, dos sillas desparejas y un lavatorio con su palangana, su jarra, su jabonera y un botellón de vidrio turbio. Un mapa de la provincia de Buenos Aires y un crucifijo adornaban las paredes; el papel era carmesí, con grandes pavos reales repetidos, de cola desplegada. La única puerta daba al patio. Fue necesario variar la colocación de las sillas para dar cabida al baúl. Todo lo aprobó el inquilino; cuando la mujer le preguntó cómo se llamaba, dijo Villari, no como un desafío secreto, no para mitigar una humillación que, en verdad, no sentía, sino porque ese nombre lo trabajaba, porque le fue imposible pensar en otro.
No lo sedujo, ciertamente, el error literario de imaginar que asumir el nombre del enemigo podía ser una astucia.
El señor Villari, al principio, no dejaba la casa; cumplidas unas cuantas semanas, dio en salir, un rato, al oscurecer. Alguna noche entró en el cinematógrafo que había a las tres cuadras. No pasó nunca de la última fila; siempre se levantaba un poco antes del fin de la función. Vio trágicas historias del hampa; éstas, sin duda, incluían errores, éstas, sin duda, incluían imágenes que también lo eran de su vida anterior; Villari no las advirtió porque la idea de una coincidencia entre el arte y la realidad era ajena a él. Dócilmente trataba de que le gustaran las cosas; quería adelantarse a la intención con que se las mostraban. A diferencia de quienes han leído novelas, no se veía nunca a sí mismo como un personaje del arte.
No le llegó jamás una carta, ni siquiera una circular, pero leía con borrosa esperanza una de las secciones del diario. De tarde, arrimaba a la puerta una de las sillas y mateaba con seriedad, puestos los ojos en la enredadera del muro de la inmediata casa de altos. Años de soledad le habían enseñado que los días, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un día, ni siquiera de cárcel o de hospital, que no traiga sorpresas, que no sea al trasluz una red de mínimas sorpresas. En otras reclusiones había cedido a la tentación de contar los días y las horas, pero esta reclusión era distinta, porque no tenía término -salvo que el diario, una mañana, trajera la noticia de la muerte de Alejandro Villari. También era posible que Villari ya hubiera muerto y entonces esta vida era un sueño. Esa posibilidad lo inquietaba, porque no acabó de entender si se parecía al alivio o a la desdicha; se dijo que era absurda y la rechazó. En días lejanos, menos lejanos por el curso del tiempo que por dos o tres hechos irrevocables, había deseado muchas cosas, con amor sin escrúpulo; esa voluntad poderosa, que había movido el odio de los hombres y el amor de alguna mujer; ya no quería cosas particulares: sólo quería perdurar, no concluir. El sabor de la yerba, el sabor del tabaco negro, el creciente filo de sombra que iba ganando el patio, eran suficientes estímulos.
Había en la casa un perro lobo, ya viejo. Villari se amistó con él. Le hablaba en español, en italiano y en las pocas palabras que le quedaban del rústico dialecto de su niñez. Villari trataba de vivir en el mero presente, sin recuerdos ni previsiones; los primeros le importaban menos que las últimas. Oscuramente creyó intuir que el pasado es la sustancia de que el tiempo está hecho; por ello es que éste se vuelve pasado en seguida. Su fatiga, algún día, se pareció a la felicidad; en momentos así, no era mucho más complejo que el perro.
Una noche lo dejó asombrado y temblando una íntima descarga de dolor en el fondo de la boca. Ese horrible milagro recurrió a los pocos minutos y otra vez hacia el alba. Villari, al día siguiente, mandó buscar un coche que lo dejó en un consultorio dental del barrio del Once. Ahí le arrancaron la muela. En ese trance no estuvo más cobarde ni más tranquilo que otras personas.
Otra noche, al volver del cinematógrafo, sintió que lo empujaban. Con ira, con indignación, con secreto alivio, se encaró con el insolente. Le escupió una injuria soez; el otro, atónito, balbuceó una disculpa. Era un hombre alto, joven, de pelo oscuro, y lo acompañaba una mujer de tipo alemán; Villari, esa noche, se repitió que no los conocía. Sin embargo, cuatro o cinco días pasaron antes que saliera a la calle.
Entre los libros del estante había una Divina Comedia, con el viejo comentario de Andreoli. Menos urgido por la curiosidad que por un sentimiento de deber, Villari acometió la lectura de esa obra capital; antes de comer, 1eía un canto, y luego, en orden riguroso, las notas. No juzgó inverosímiles o excesivas las penas infernales y no pensó que Dante lo hubiera condenado al último círculo donde los dientes de Ugolino roen sin fin la nuca de Ruggieri.
Los pavos reales del papel carmesí parecían destinados a alimentar pesadillas tenaces, pero el señor Villari no soñó nunca con una glorieta monstruosa hecha de inextricable: pájaros vivos. En los amaneceres soñaba un sueño de fondo igual y de circunstancias variables. Dos hombres y Villar entraban con revólveres en la pieza y lo agredían al salir del cinematógrafo o eran, los tres a un tiempo, el desconocido que lo había empujado, o lo esperaban tristemente en el patio y parecían no conocerlo. A1 fin del sueño, él sacaba el revólver del cajón de la inmediata mesa de luz (y es verdad que en ese cajón guardaba un revólver) y lo descargaba contra lo hombres. El estruendo del arma lo despertaba, pero siempre era un sueño y en otro sueño tenía que volver a matarlos.
Una turbia mañana del mes de julio, la presencia de gente desconocida (no el ruido de la puerta cuando la abrieron) lo despertó. Altos en la penumbra del cuarto, curiosamente simplificados por la penumbra (siempre en los sueños de temor habían sido más claros), vigilantes, inmóviles y pacientes, bajos los ojos como si el peso de las armas los encorvara Alejandro Villari y un desconocido lo habían alcanzado, por fin. Con una seña les pidió que esperaran y se dio vuelta contra la pared, como si retomara el sueño. ¿Lo hizo para despertar la misericordia de quienes lo mataron, o porque es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo aguardarlo sin fin, o -y esto es quizá lo más verosímil- para que los asesinos fueran un sueño, como ya lo habían sido tantas veces, en el mismo lugar, a la misma hora?
En esa magia estaba cuando lo borró la descarga.

domingo, 8 de marzo de 2009

El Loro pelado

Horacio Quiroga(1879-1937)EL LORO PELADO(Cuentos de la selva, 1918)
Había una vez una bandada de loros que vivía en el monte. De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien. Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después se pudren con la Lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comerlos guisados, los peones los cazaban a tiros. Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo Llevó a la casa, para los hijos del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se Llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y les hacía cosquillas en la oreja. Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche. Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: "¡Buen día, lorito! "¡Rica la papa!" "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras. Cuando Llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco. Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su five o clock tea. Ahora bien: en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando: —¡Qué lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La pata, Pedrito!... y volaba lejos, hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar. Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz. —¿Qué será? —se dijo el loro— ¡Rica, papa!... ¿Qué será eso?... ¡Buen día, Pedrito!... El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente. Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo. —¡Buen día, tigre! —le dijo— ¡La pata, Pedrito!... Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió: —¡Bu-en día! —¡Buen día, tigre! —repitió el loro—. ¡Rica, papa!... ¡rica, papa!... ¡rica papa!... Y decía tantas veces "¡rica papa!" porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre. —¡Rico té con leche! —le dijo—. ¡Buen día, Pedrito!... ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo tigre? Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así que le contestó: —¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do! El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca dei suelo. —¡Rica, papa, en casa! —repitió gritando cuanto podía. —¡Más cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca. El loro se acercó un poco más y dijo: —¡Rico, té con leche! —¡Más cer-ca toda-vía! —repitió el tigre. El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola. —¡Tomá!—rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche... El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro. Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre, Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza. Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia: —¿Dónde estará Pedrito? —decían. Y llamaban—: ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito! Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a Llorar. Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre, Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto. Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer. Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con lindísimas plumas. —¡Pedrito, lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito! Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacia sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra. Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que le había pasado; un paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando: —¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma! Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos. El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre, lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta. Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre. Entonces el loro se puso a gritar: —¡Lindo día!... ¡Rica, papa!... ¡Rico té con leche!... ¿Querés té con leche?... El tigre enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esta vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca: —Acer-cá-te más! ¡Soy sor-do! El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando: —¡Rico, pan con leche!... ¡ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!... Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto. —¿Con quién estás hablando? —rugió—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol? —¡A nadie, a nadie! —gritó el loro—. ¡Buen día, Pedrito!... ¡La pata, lorito!... Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol, para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con escopeta al hombro. Y Llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del tigre, y entonces gritó: —¡Rica, papa!... ¡ATENCIÓN! —¡Más cer-ca aún!—rugió el tigre, agachándose para saltar. —¡Rico, té con leche!... ¡CUIDADO, VA A SALTAR! y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenia el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un rugido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto. Pero el loro, !Qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había vengado —¡y bien vengado!— del feísimo animal que le había sacado las plumas! El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además, tenía la piel para la estufa del comedor. Cuando Llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho. Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche. —¡Rica, papa!... —le decía—. ¿Querés té con leche?... ¡La papa para el tigre!... Y todos se morían de risa. Y Pedrito también.

viernes, 6 de marzo de 2009

Actividad evaluada Unidad Dos. Narrativa, el cuento de terror.




Este instructivo servirá para que los alumnos puedan elaborar el trabajo evaluado de la segunda unidad.

Nombre del trabajo: Diseño de diapositivas sobre contenidos unidad dos
Contenido: Cuento de terror
Cuentos a evaluar. El gato negro , el almohadón de plumas, la gallina degollada, el barril de amontillado, el corazón revelador, los crímenes de la calle morgue, etc.

Deben leer los cuentos
Buscar las caracteristicas del cuento de terror, anotarlas en el cuederno y aplicarlas a cada cuento.

Diseñar diapositivas para cada cuento de acuerdo al número de caracteristicas sobre el cuento de terror. La s diapositivas deben tener:
1. Nombre de la característica
2. Demostración de cómo se cumple la características en el cuento. debe demostrar cada característica y cuento por cuento.
3. Agregar imágenes animadas, fotografías, videos y más.


la feche de entrega será desde el lunes 9 al 13 de marzo. Se recibirá por correo electrónico y la fecha y hora tope el el viernes 13 a las 10:00 de la noche.

No se recibirá después de esa hora o fecha.

Ponderación 20%.

No olviden agregar en archivo de Word las 25 preguntas y respuestas de la unidad dos. Narrativa, el cuento de terror.

Enviar la tarea a profesorsalvadorhernandez@yahoo.es

miércoles, 4 de marzo de 2009

Los Crímenes de la calle Morgue

Los Crímenes de la Calle Morgue(The Murders in the Rue Morgue-1841)
Edgar Allan Poe
Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas, poco susceptibles de análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas sabemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen sus músculos en acción, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar. Consigue satisfacción hasta de las más triviales ocupaciones que ponen en juego su talento. Se desvive por los enigmas, acertijos y jeroglíficos, y en cada una de las soluciones muestra un sentido de agudeza que parece al vulgo una penetración sobrenatural. Los resultados, obtenidos por un solo espíritu y la esencia del método, adquieren realmente la apariencia total de una intuición.
Esta facultad de resolución está, posiblemente, muy fortalecida por los estudios matemáticos, y especialmente por esa importantísima rama de ellos que, impropiamente y sólo teniendo en cuenta sus operaciones previas, ha sido llamada par excellence análisis. Y, no obstante, calcular no es intrínsecamente analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, lleva a cabo lo uno sin esforzarse en lo otro. De esto se deduce que el juego de ajedrez, en sus efectos sobre el carácter mental, no está lo suficientemente comprendido. Yo no voy ahora a escribir un tratado, sino que prologo únicamente un relato muy singular, con observaciones efectuadas a la ligera. Aprovecharé, por tanto, esta ocasión para asegurar que las facultades más importantes de la inteligencia reflexiva trabajan con mayor decisión y provecho en el sencillo juego de damas que en toda esa frivolidad primorosa del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen distintos y bizarres movimientos, con diversos y variables valores, lo que tan sólo es complicado, se toma equivocadamente —error muy común— por profundo. La atención, aquí, es poderosamente puesta en juego. Si flaquea un solo instante, se comete un descuido, cuyos resultados implican pérdida o derrota. Como quiera que los movimientos posibles no son solamente variados, sino complicados, las posibilidades de estos descuidos se multiplican; de cada diez casos, nueve triunfa el jugador más capaz de concentración y no el más perspicaz. En el juego de damas, por el contrario, donde los movimientos son únicos y de muy poca variación, las posibilidades de descuido son menores, y como la atención queda relativamente distraída, las ventajas que consigue cada una de las partes se logran por una perspicacia superior. Para ser menos abstractos supongamos, por ejemplo, un juego de damas cuyas piezas se han reducido a cuatro reinas y donde no es posible el descuido. Evidentemente, en este caso la victoria —hallándose los jugadores en igualdad de condiciones— puede decidirse en virtud de un movimiento recherche resultante de un determinado esfuerzo de la inteligencia. Privado de los recursos ordinarios, el analista consigue penetrar en el espíritu de su contrario; por tanto, se identifica con él, y a menudo descubre de una ojeada el único medio —a veces, en realidad, absurdamente sencillo— que puede inducirle a error o llevarlo a un cálculo equivocado.
Desde hace largo tiempo se conoce el whist por su influencia sobre la facultad calculadora, y hombres de gran inteligencia han encontrado en él un goce aparentemente inexplicable, mientras abandonaban el ajedrez como una frivolidad. No hay duda de que no existe ningún juego semejante que haga trabajar tanto la facultad analítica. El mejor jugador de ajedrez del mundo sólo puede ser poco más que el mejor jugador de ajedrez; pero la habilidad en el whist implica ya capacidad para el triunfo en todas las demás importantes empresas en las que la inteligencia se enfrenta con la inteligencia. Cuando digo habilidad, me refiero a esa perfección en el juego que lleva consigo una comprensión de todas las fuentes de donde se deriva una legítima ventaja. Estas fuentes no sólo son diversas, sino también multiformes. Se hallan frecuentemente en lo más recóndito del pensamiento, y son por entero inaccesibles para las inteligencias ordinarias. Observar atentamente es recordar distintamente. Y desde este punto de vista, el jugador de ajedrez capaz de intensa concentración jugará muy bien al whist, puesto que las reglas de Hoyle, basadas en el puro mecanismo del juego, son suficientes y, por lo general, comprensibles. Por esto, el poseer una buena memoria y jugar de acuerdo con «el libro» son, por lo común, puntos considerados como la suma total del jugar excelentemente. Pero en los casos que se hallan fuera de los límites de la pura regla es donde se evidencia el talento del analista. En silencio, realiza una porción de observaciones y deducciones. Posiblemente, sus compañeros harán otro tanto, y la diferencia en la extensión de la información obtenido no se basará tanto en la validez de la deducción como en la calidad de la observación. Lo importante es saber lo que debe ser observado. Nuestro jugador no se reduce únicamente al juego, y aunque éste sea el objeto de su atención, habrá de prescindir de determinadas deducciones originadas al considerar objetos extraños al juego. Examina la fisonomía de su compañero, y la compara cuidadosamente con la de cada uno de sus contrarios. Se fija en el modo de distribuir las cartas a cada mano, con frecuencia calculando triunfo por triunfo y tanto por tanto observando las miradas de los jugadores a su juego. Se da cuenta de cada una de las variaciones de los rostros a medida que avanza el juego, recogiendo gran número de ideas por las diferencias que observa en las distintas expresiones de seguridad, sorpresa, triunfo o desagrado. En la manera de recoger una baza juzga si la misma persona podrá hacer la que sigue. Reconoce la carta jugada en el ademán con que se deja sobre la mesa. Una palabra casual o involuntaria; la forma accidental con que cae o se vuelve una carta, con la ansiedad o la indiferencia que acompañan la acción de evitar que sea vista; la cuenta de las bazas y el orden de su colocación; la perplejidad, la duda, el entusiasmo o el temor, todo ello facilita a su aparentemente intuitiva percepción indicaciones del verdadero estado de cosas. Cuando se han dado las dos o tres primeras vueltas, conoce completamente los juegos de cada uno, y desde aquel momento echa sus cartas con tal absoluto dominio de propósitos como si el resto de los jugadores las tuvieran vueltas hacia él.
El poder analítico no debe confundirse con el simple ingenio, porque mientras el analista es necesariamente ingenioso, el hombre ingenioso está con frecuencia notablemente incapacitado para el análisis. La facultad constructiva o de combinación con que por lo general se manifiesta el ingenio, y a la que los frenólogos, equivocadamente, a mi parecer, asignan un órgano aparte, suponiendo que se trata de una facultad primordial, se ha visto tan a menudo en individuos cuya inteligencia bordeaba, por otra parte, la idiotez, que ha atraído la atención general de los escritores de temas morales. Entre el ingenio y la aptitud analítica hay una diferencia mucho mayor, en efecto, que entre la fantasía y la imaginación, aunque de un carácter rigurosamente análogo. En realidad, se observará fácilmente que el hombre ingenioso es siempre fantástico, mientras que el verdadero imaginativo nunca deja de ser analítico.
El relato que sigue a continuación podrá servir en cierto modo al lector para ilustrarle en una interpretación de las proposiciones que acabo de anticipar.
Encontrándome en París durante la primavera y parte del verano de 18..., conocí allí a Monsieur C. Auguste Dupin. Pertenecía este joven caballero a una excelente, o, mejor dicho, ilustre familia, pero por una serie de adversos sucesos se había quedado reducido a tal pobreza, que sucumbió la energía de su carácter y renunció a sus ambiciones mundanas, lo mismo que a procurar el restablecimiento de su fortuna. Con el beneplácito de sus acreedores, quedó todavía en posesión de un pequeño resto de su patrimonio, y con la renta que éste le producía encontró el medio, gracias a una economía rigurosa, de subvenir a las necesidades de su vida, sin preocuparse en absoluto por lo más superfluo. En realidad, su único lujo eran los libros, y en París éstos son fáciles de adquirir.
Nuestro conocimiento tuvo efecto en una oscura biblioteca de la rue Montmartre, donde nos puso en estrecha intimidad la coincidencia de buscar los dos un muy raro y al mismo tiempo notable volumen. Nos vimos con frecuencia. Yo me había interesado vivamente por la sencilla historia de su familia, que me contó detalladamente con toda la ingenuidad con que un francés se explaya en sus confidencias cuando habla de sí mismo. Por otra parte, me admiraba el número de sus lecturas, y, sobre todo, me llegaba al alma el vehemente afán y la viva frescura de su imaginación. La índole de las investigaciones que me ocupaban entonces en París me hicieron comprender que la amistad de un hombre semejante era para mí un inapreciable tesoro. Con esta idea, me confié francamente a él. Por último, convinimos en que viviríamos juntos todo el tiempo que durase mi permanencia en la ciudad, y como mis asuntos económicos se desenvolvían menos embarazosamente que los suyos, me fue permitido participar en los gastos de alquiler, y amueblar, de acuerdo con el carácter algo fantástico y melancólico de nuestro común temperamento, una vieja y grotesca casa abandonada hacía ya mucho tiempo, en virtud de ciertas supersticiones que no quisimos averiguar. Lo cierto es que la casa se estremecía como si fuera a hundirse en un retirado y desolado rincón del faubourg Saint-Germain.
Si hubiera sido conocida por la gente la rutina de nuestra vida en aquel lugar, nos hubieran tomado por locos, aunque de especie inofensiva. Nuestra reclusión era completa. No recibíamos visita alguna. En realidad, el lugar de nuestro retiro era un secreto guardado cuidadosamente para mis antiguos camaradas, y ya hacía mucho tiempo que Dupin había cesado de frecuentar o hacerse visible en París. Vivíamos sólo para nosotros.
Una rareza del carácter de mi amigo —no sé cómo calificarla de otro modo— consistía en estar enamorado de la noche. Pero con esta bizarrerie, como con todas las demás suyas, condescendía yo tranquilamente, y me entregaba a sus singulares caprichos con un perfecto abandon. No siempre podía estar con nosotros la negra divinidad, pero sí podíamos falsear su presencia. En cuanto la mañana alboreaba, cerrábamos inmediatamente los macizos postigos de nuestra vieja casa y encendíamos un par de bujías intensamente perfumadas y que sólo daban un lívido y débil resplandor, bajo el cual entregábamos nuestras almas a sus ensueños, leíamos, escribíamos o conversábamos, hasta que el reloj nos advertía la llegada de la verdadera oscuridad. Salíamos entonces cogidos del brazo a pasear por las calles, continuando la conversación del día y rondando por doquier hasta muy tarde, buscando a través de las estrafalarias luces y sombras de la populosa ciudad esas innumerables excitaciones mentales que no puede procurar la tranquila observación.
En circunstancias tales, yo no podía menos de notar y admirar en Dupin (aunque ya, por la rica imaginación de que estaba dotado, me sentía preparado a esperarlo) un talento particularmente analítico. Por otra parte, parecía deleitarse intensamente en ejercerlo (si no exactamente en desplegarlo), y no vacilaba en confesar el placer que ello le producía. Se vanagloriaba ante mí burlonamente de que muchos hombres, para él, llevaban ventanas en el pecho, y acostumbraba a apoyar tales afirmaciones usando de pruebas muy sorprendentes y directas de su íntimo conocimiento de mí. En tales momentos, sus maneras eran glaciales y abstraídas. Se quedaban sus ojos sin expresión, mientras su voz, por lo general ricamente atenorada, se elevaba hasta un timbre atiplado, que hubiera parecido petulante de no ser por la ponderada y completa claridad de su pronunciación. A menudo, viéndolo en tales disposiciones de ánimo, meditaba yo acerca de la antigua filosofía del Alma Doble, y me divertía la idea de un doble Dupin: el creador y el analítico.
Por cuanto acabo de decir, no hay que creer que estoy contando algún misterio o escribiendo una novela. Mis observaciones a propósito de este francés no son más que el resultado de una inteligencia hiperestesiada o tal vez enferma. Un ejemplo dará mejor idea de la naturaleza de sus observaciones durante la época a que aludo.
Íbamos una noche paseando por una calle larga y sucia, cercana al Palais Royal. Al parecer, cada uno de nosotros se había sumido en sus propios pensamientos, y por lo menos durante quince minutos ninguno pronunció una sola sílaba. De pronto, Dupin rompió el silencio con estas palabras:
—En realidad, ese muchacho es demasiado pequeño y estaría mejor en el Théâtre des Varietés.
—No cabe duda —repliqué, sin fijarme en lo que decía y sin observar en aquel momento, tan absorto había estado en mis reflexiones, el modo extraordinario con que mi interlocutor había hecho coincidir sus palabras con mis meditaciones.
Un momento después me repuse y experimenté un profundo asombro.
—Dupin —dije gravemente—, lo que ha sucedido excede mi comprensión. No vacilo en manifestar que estoy asombrado y que apenas puedo dar crédito a lo que he oído. ¿Cómo es posible que haya usted podido adivinar que estaba pensando en... ?
Diciendo esto, me interrumpí para asegurarme, ya sin ninguna dada, de que él sabía realmente en quién pensaba.
—¿En Chantilly? —preguntó—. ¿Por qué se ha interrumpido? Usted pensaba que su escasa estatura no era la apropiada para dedicarse a la tragedia.
Esto era precisamente lo que había constituido el tema de mis reflexiones. Chantilly era un ex zapatero remendón de la rue Saint Denis que, apasionado por el teatro, había representado el papel de Jeries en la tragedia de Crebillon de este título. Pero sus esfuerzos habían provocado la burla del público.
—Dígame usted, por Dios —exclamé—, por qué método, si es que hay alguno, ha penetrado usted en mi alma en este caso.
Realmente, estaba yo mucho más asombrado de lo que hubiese querido confesar.
—Ha sido el vendedor de frutas —contestó mi amigo— quien le ha llevado a usted a la conclusión de que el remendón de suelas no tiene la suficiente estatura para representar el papel de Jerjes et id genus omne.
—¿El vendedor de frutas? Me asombra usted. No conozco a ninguno.
—Sí; es ese hombre con quien ha tropezado usted al entrar en esta calle, hará unos quince minutos.
Recordé entonces que, en efecto, un vendedor de frutas, que llevaba sobre la cabeza una gran banasta de manzanas, estuvo a punto de hacerme caer, sin pretenderlo, cuando pasábamos de la calle C... a la calleja en que ahora nos encontrábamos. Pero yo no podía comprender la relación de este hecho con Chantilly.
No había por qué suponer charlatanerie alguna en Dupin.
—Se lo explicaré —me dijo—. Para que pueda usted darse cuenta de todo claramente, vamos a repasar primero en sentido inverso el curso de sus meditaciones desde este instante en que le estoy hablando hasta el de su rencontre con el vendedor de frutas. En sentido inverso, los más importantes eslabones de la cadena se suceden de esta forma: Chantilly, Orión, doctor Nichols, Epicuro, estereotomía de los adoquines y el vendedor de frutas.
Existen pocas personas que no se hayan entretenido, en cualquier momento de su vida, en recorrer en sentido inverso las etapas por las cuales han sido conseguidas ciertas conclusiones de su inteligencia. Frecuentemente es una ocupación llena de interés, y el que la prueba por primera vez se asombra de la aparente distancia ilimitada y de la falta de ilación que parece median desde el punto de partida hasta la meta final. Júzguese, pues, cuál no sería mi asombro cuando escuché lo que el francés acababa de decir, y no pude menos de reconocer que había dicho la verdad. Continuó después de este modo:
—Si mal no recuerdo, en el momento en que íbamos a dejar la calle C... hablábamos de caballos. Éste era el último tema que discutimos. Al entrar en esta calle, un vendedor de frutas que llevaba una gran banasta sobre la cabeza, pasó velozmente ante nosotros y lo empujó a usted contra un montón de adoquines, en un lugar donde la calzada se encuentra en reparación. Usted puso el pie sobre una de las piedras sueltas, resbaló y se torció levemente el tobillo. Aparentó usted cierto fastidio o mal humor, murmuró unas palabras, se volvió para observar el montón de adoquines y continuó luego caminando en silencio. Yo no prestaba particular atención a lo que usted hacía, pero, desde hace mucho tiempo, la observación se ha convertido para mí en una especie de necesidad.
»Caminaba usted con los ojos fijos en el suelo, mirando, con malhumorada expresión, los baches y rodadas del empedrado, por lo que deduje que continuaba usted pensando todavía en las piedras. Procedió así hasta que llegamos a la callejuela llamada Lamartine, que, a modo de prueba, ha sido pavimentada con tarugos sobrepuestos y acoplados sólidamente. Al entrar en ella, su rostro se iluminó, y me di cuenta de que se movían sus labios. Por este movimiento no me fue posible dudar que pronunciaba usted la palabra «estereotomía», término que tan afectadamente se aplica a esta especie de pavimentación. Yo estaba seguro de que no podía usted pronunciar para sí la palabra «estereotomía» sin que esto le llevara a pensar en los átomos, y, por consiguiente, en las teorías de Epicuro. Y como quiera que no hace mucho rato discutíamos este tema, le hice notar a usted de qué modo tan singular, y sin que ello haya sido muy notado, las vagas conjeturas de ese noble griego han encontrado en la reciente cosmogonía nebular su confirmación. He comprendido por esto que no podía usted resistir a la tentación de levantar sus ojos a la gran nobula de Orión, y con toda seguridad he esperado que usted lo hiciera. En efecto, usted ha mirado a lo alto, y he adquirido entonces la certeza de haber seguido correctamente el hilo de sus pensamientos. Ahora bien, en la amarga tirada sobre Chantilly, publicada ayer en el Musée, el escritor satírico, haciendo mortificantes alusiones al cambio de nombre del zapatero al calzarse el coturno, citaba un verso latino del que hemos hablado nosotros con frecuencia. Me refiero a éste:
Perdidit antiquum litera prima sonum.
»Yo le había dicho a usted que este verso se relacionaba con la palabra Orión, que en un principio se escribía Urión. Además, por determinadas discusiones un tanto apasionadas que tuvimos acerca de mi interpretación, tuve la seguridad de que usted no la habría olvidado. Por tanto, era evidente que asociaría usted las dos ideas: Orión y Chantilly, y esto lo he comprendido por la forma de la sonrisa que he visto en sus labios. Ha pensado usted, pues, en aquella inmolación del pobre zapatero. Hasta ese momento, usted había caminado con el cuerpo encorvado, pero a partir de entonces se irguió usted, recobrando toda su estatura. Este movimiento me ha confirmado que pensaba usted en la diminuta figura de Chantilly, y ha sido entonces cuando he interrumpido sus meditaciones para observar que, por tratarse de un hombre de baja estatura, estaría mejor Chantilly en el Théâtre des Varietés.
Poco después de esta conversación hojeábamos una edición de la tarde de la Gazette des Tribunaux cuando llamaron nuestra atención los siguientes titulares:
«EXTRAORDINARIOS CRÍMENES
»Esta madrugada, alrededor de las tres, los habitantes del quartier Saint-Roch fueron despertados por una serie de espantosos gritos que parecían proceder del cuarto piso de una casa de la rue Morgue, ocupada, según se dice, por una tal Madame L'Espanaye y su hija Mademoiselle Camille L'Espanaye. Después de algún tiempo empleado en infructuosos esfuerzos para poder penetrar buenamente en la casa, se forzó la puerta de entrada con una palanca de hierro, y entraron ocho o diez vecinos acompañados de dos gendarmes. En ese momento cesaron los gritos; pero en cuanto aquellas personas llegaron apresuradamente al primer rellano de la escalera, se distinguieron dos o más voces ásperas que parecían disputar violentamente y proceder de la parte alta de la casa. Cuando la gente llegó al segundo rellano, cesaron también aquellos rumores y todo permaneció en absoluto silencio. Los vecinos recorrieron todas las habitaciones precipitadamente. Al llegar, por último, a una gran sala situada en la parte posterior del cuarto piso, cuya puerta hubo de ser forzada, por estar cerrada interiormente con llave, se ofreció a los circunstantes un espectáculo que sobrecogió su ánimo, no sólo de horror, sino de asombro.
»Se hallaba la habitación en violento desorden, rotos los muebles y diseminados en todas direcciones. No quedaba más lecho que la armadura de una cama, cuyas partes habían sido arrancadas y tiradas por el suelo. Sobre una silla se encontró una navaja barbera manchada de sangre. Había en la chimenea dos o tres largos y abundantes mechones de pelo cano, empapados en sangre y que parecían haber sido arrancados de raíz. En el suelo se encontraron cuatro napoleones, un zarcillo adornado con un topacio, tres grandes cucharas de plata, tres cucharillas de metal d,Alger y dos sacos conteniendo, aproximadamente, cuatro mil francos en oro. En un rincón se hallaron los cajones de una cómoda abiertos, y, al parecer, saqueados, aunque quedaban en ellos algunas cosas. Se encontró también un cofrecillo de hierro bajo la cama, no bajo su armadura. Se hallaba abierto, y la cerradura contenía aún la llave. En el cofre no se encontraron más que unas cuantas cartas viejas y otros papeles sin importancia.
»No se encontró rastro alguno de Madame L'Espanaye; pero como quiera que se notase una anormal cantidad de hollín en el hogar, se efectuó un reconocimiento de la chimenea, y —horroriza decirlo— se extrajo de ella el cuerpo de su hija, que estaba colocado cabeza abajo y que había sido introducido por la estrecha abertura hasta una altura considerable. El cuerpo estaba todavía caliente. Al examinarlo se comprobaron en él numerosas escoriaciones ocasionadas sin duda por la violencia con que el cuerpo había sido metido allí y por el esfuerzo que hubo de emplearse para sacarlo. En su rostro se veían profundos arañazos, y en la garganta, cárdenas magulladuras y hondas huellas producidas por las uñas, como si la muerte se hubiera verificado por estrangulación.
»Después de un minucioso examen efectuado en todas las habitaciones, sin que se lograra ningún nuevo descubrimiento, los presentes se dirigieron a un pequeño patio pavimentado, situado en la parte posterior del edificio, donde hallaron el cadáver de la anciana señora, con el cuello cortado de tal modo, que la cabeza se desprendió del tronco al levantar el cuerpo. Tanto éste como la cabeza estaban tan horriblemente mutilados, que apenas conservaban apariencia humana.
»Que sepamos, no se ha obtenido hasta el momento el menor indicio que permita aclarar este horrible misterio.»
El diario del día siguiente daba algunos nuevos pormenores:
«LA TRAGEDIA DE LA RUE MORGUE
»Gran número de personas han sido interrogadas con respecto a tan extraordinario y horrible affaire (la palabra affaire no tiene todavía en Francia el poco significado que se le da entre nosotros), pero nada ha podido deducirse que arroje alguna luz sobre ello. Damos a continuación todas las declaraciones más importantes que se han obtenido:
»Pauline Dubourg, lavandera, declara haber conocido desde hace tres años a las víctimas y haber lavado para ellas durante todo este tiempo. Tanto la madre como la hija parecían vivir en buena armonía y profesarse mutuamente un gran cariño. Pagaban con puntualidad. Nada se sabe acerca de su género de vida y medios de existencia. Supone que Madame L'Espanaye decía la buenaventura para ganarse el sustento. Tenía fama de poseer algún dinero escondido. Nunca encontró a otras personas en la casa cuando la llamaban para recoger la ropa, ni cuando la devolvía. Estaba absolutamente segura de que las señoras no tenían servidumbre alguna. Salvo el cuarto piso, no parecía que hubiera muebles en ninguna parte de la casa.
»Pierre Moreau, estanquero, declara que es el habitual proveedor de tabaco y de rapé de Madame L'Espanaye desde hace cuatros años. Nació en su vecindad y ha vivido siempre allí. Hacía más de seis años que la muerta y su hija vivían en la casa donde fueron encontrados sus cadáveres. Anteriormente a su estadía, el piso había sido ocupado por un joyero, que alquilaba a su vez las habitaciones interiores a distintas personas. La casa era propiedad de Madame L'Espanaye. Descontenta por los abusos de su inquilino, se había trasladado al inmueble de su propiedad, negándose a alquilar ninguna parte de él. La buena señora chocheaba a causa de la edad. El testigo había visto a su hija unas cinco o seis veces durante los seis años. Las dos llevaban una vida muy retirada, y era fama que tenían dinero. Entre los vecinos había oído decir que Madame L'Espanaye decía la buenaventura, pero él no lo creía. Nunca había visto atravesar la puerta a nadie, excepto a la señora y a su hija, una o dos voces a un recadero y ocho o diez a un médico.
»En esta misma forma declararon varios vecinos, pero de ninguno de ellos se dice que frecuentaran la casa. Tampoco se sabe que la señora y su hija tuvieran parientes vivos. Raramente estaban abiertos los postigos de los balcones de la fachada principal. Los de la parte trasera estaban siempre cerrados, a excepción de las ventanas de la gran sala posterior del cuarto piso. La casa era una finca excelente y no muy vieja.
»Isidoro Muset, gendarme, declara haber sido llamado a la casa a las tres de la madrugada, y dice que halló ante la puerta principal a unas veinte o treinta personas que procuraban entrar en el edificio. Con una bayoneta, y no con una barra de hierro, pudo, por fin, forzar la puerta. No halló grandes dificultades en abrirla, porque era de dos hojas y carecía de cerrojo y pasador en su parte alta. Hasta que la puerta fue forzada, continuaron los gritos, pero luego cesaron repentinamente. Daban la sensación de ser alaridos de una o varias personas víctimas de una gran angustia. Eran fuertes y prolongados, y no gritos breves y rápidos. El testigo subió rápidamente los escalones. Al llegar al primer rellano, oyó dos voces que disputaban acremente. Una de éstas era áspera, y la otra, aguda, una voz muy extraña. De la primera pudo distinguir algunas palabras, y le pareció francés el que las había pronunciado. Pero, evidentemente, no era voz de mujer. Distinguió claramente las palabras "sacre" y "diable". La aguda voz pertenecía a un extranjero, pero el declarante no puede asegurar si se trataba de hombre o mujer. No pudo distinguir lo que decían, pero supone que hablasen español. El testigo descubrió el estado de la casa y de los cadáveres como fue descrito ayer por nosotros.
»Henri Duval, vecino, y de oficio platero, declara que él formaba parte del grupo que entró primeramente en la casa. En términos generales, corrobora la declaración de Muset. En cuanto se abrieron paso, forzando la puerta, la cerraron de nuevo, con objeto de contener a la muchedumbre que se había reunido a pesar de la hora. Este opina que la voz aguda sea la de un italiano, y está seguro de que no era la de un francés. No conoce el italiano. No pudo distinguir las palabras, pero, por la entonación del que hablaba, está convencido de que era un italiano. Conocía a Madame L'Espanaye y a su hija. Con las dos había conversado con frecuencia. Estaba seguro de que la voz no correspondía a ninguna de las dos mujeres.
»Odenheimer, restaurateur. Voluntariamente, el testigo se ofreció a declarar. Como no hablaba francés, fue interrogado haciéndose uso de un intérprete. Es natural de Ámsterdam. Pasaba por delante de la casa en el momento en que se oyeron los gritos. Se detuvo durante unos minutos, diez, probablemente. Eran fuertes y prolongados, y producían horror y angustia. Fue uno de los que entraron en la casa. Corrobora las declaraciones anteriores en todos sus detalles, excepto uno: está seguro de que la voz aguda era la de un hombre, la de un francés. No pudo distinguir claramente las palabras que había pronunciado. Estaban dichas en alta voz y rápidamente, con cierta desigualdad, pronunciadas, según suponía, con miedo y con ira al mismo tiempo. La voz era áspera. Realmente, no puede asegurarse que fuese una voz aguda. La voz grave dijo varias veces: "Sacré", "diable", y una sola "Man Dieu".
»Jules Mignaud, banquero, de la casa "Mignaud et Fils", de la rue Deloraie. Es el mayor de los Mignaud. Madame L'Espanaye tenía algunos intereses. Había abierto una cuenta corriente en su casa de banca en la primavera del año... (ocho años antes). Con frecuencia había ingresado pequeñas cantidades. No retiró ninguna hasta tres días antes de su muerte. La retiró personalmente, y la suma ascendía a cuatro mil francos. La cantidad fue pagada en oro, y se encargó a un dependiente que la llevara a su casa.
»Adolphe Le Bon, dependiente de la "Banca Mignaud et Fils", declara que en el día de autos, al mediodía, acompañó a Madame L'Espanaye a su domicilio con los cuatro mil francos, distribuidos en dos pequeños talegos. Al abrirse la puerta, apareció Mademoiselle L'Espanaye Ésta cogió uno de los saquitos, y la anciana señora el otro. Entonces, él saludó y se fue. En aquellos momentos no había nadie en la calle. Era una calle apartada, muy solitaria.
»William Bird, sastre, declara que fue uno de los que entraron en la casa. Es inglés. Ha vivido dos años en París. Fue uno de los primeros que subieron por la escalera. Oyó las voces que disputaban. La gruesa era de un francés. Pudo oír algunas palabras, pero ahora no puede recordarlas todas. Oyó claramente "sacré" y "Man Dieu". Por un momento se produjo un rumor, como si varias personas peleasen. Ruido de riña y forcejeo. La voz aguda era muy fuerte, más que la grave. Está seguro de que no se trataba de la voz de ningún inglés, sino más bien la de un alemán. Podía haber sido la de una mujer. No entiende el alemán.
»Cuatro de los testigos mencionados arriba, nuevamente interrogados, declararon que la puerta de la habitación en que fue encontrado el cuerpo de Mademoiselle L'Espanaye se hallaba cerrada por dentro cuando el grupo llegó a ella. Todo se hallaba en un silencio absoluto. No se oían ni gemidos ni ruidos de ninguna especie. Al forzar la puerta, no se vio a nadie. Tanto las ventanas de la parte posterior como las de la fachada estaban cerradas y aseguradas fuertemente por dentro con sus cerrojos respectivos. Entre las dos salas se hallaba también una puerta de comunicación, que estaba cerrada, pero no con llave. La puerta que conducía de la habitación delantera al pasillo estaba cerrada por dentro con llave. Una pequeña estancia de la parte delantera del cuarto piso, a la entrada del pasillo, estaba abierta también, puesto que tenía la puerta entornada. En esta sala se hacinaban camas viejas, cofres y objetos de esta especie. No quedó una sola pulgada de la casa sin que hubiese sido registrada cuidadosamente. Se ordenó que tanto por arriba como por abajo se introdujeran deshollinadores por las chimeneas. La casa constaba de cuatro pisos, con buhardillas (mansardas). En el techo se hallaba, fuertemente asegurado, un escotillón, y parecía no haber sido abierto durante muchos años. Por lo que respecta al intervalo de tiempo transcurrido entre las voces que disputaban y el acto de forzar la puerta del piso, las afirmaciones de los testigos difieren bastante. Unos hablan de tres minutos, y otros amplían este tiempo a cinco. Costó mucho forzar la puerta.
»Alfonso García, empresario de pompas fúnebres, declara que habita en la rue Morgue, y que es español. También formaba parte del grupo que entró en la casa. No subió la escalera, porque es muy nervioso y temía los efectos que pudiera producirle la emoción. Oyó las voces que disputaban. La grave era de un francés. No pudo distinguir lo que decían, y está seguro de que la voz aguda era de un inglés. No entiende este idioma, pero se basa en la entonación.
»Alberto Montan, confitero declara haber sido uno de los primeros en subir la escalera. Oyó las voces aludidas. La grave era de francés. Pudo distinguir varias palabras. Parecía como si este individuo reconviniera a otro. En cambio, no pudo comprender nada de la voz aguda. Hablaba rápidamente y de forma entrecortada. Supone que esta voz fuera la de un ruso. Corrobora también las declaraciones generales. Es italiano. No ha hablado nunca con ningún ruso.
»Interrogados de nuevo algunos testigos, certificaron que las chimeneas de todas las habitaciones del cuarto piso eran demasiado estrechas para que permitieran el paso de una persona. Cuando hablaron de "deshollinadores", se refirieron a las escobillas cilíndricas que con ese objeto usan los limpiachimeneas. Las escobillas fueron pasadas de arriba abajo por todos los tubos de la casa. En la parte posterior de ésta no hay paso alguno por donde alguien hubiese podido bajar mientras el grupo subía las escaleras. El cuerpo de Mademoiselle L'Espanaye estaba tan fuertemente introducido en la chimenea, que no pudo ser extraído de allí sino con la ayuda de cinco hombres.
»Paul Dumas, médico, declara que fue llamado hacia el amanecer para examinar los cadáveres. Yacían entonces los dos sobre las correas de la armadura de la cama, en la habitación donde fue encontrada Mademoiselle L'Espanaye. El cuerpo de la joven estaba muy magullado y lleno de excoriaciones. Se explican suficientemente estas circunstancias por haber sido empujado hacia arriba en la chimenea. Sobre todo, la garganta presentaba grandes excoriaciones. Tenía también profundos arañazos bajo la barbilla, al lado de una serie de lívidas manchas que eran, evidentemente, impresiones de dedos. El rostro se hallaba horriblemente descolorido, y los ojos fuera de sus órbitas. La lengua había sido mordida y seccionada parcialmente. Sobre el estómago se descubrió una gran magulladura, producida, según se supone, por la presión de una rodilla. Según Monsieur Dumas, Mademoiselle L'Espanaye había sido estrangulada por alguna persona o personas desconocidas. El cuerpo de su madre estaba horriblemente mutilado. Todos los huesos de la pierna derecha y del brazo estaban, poco o mucho, quebrantados. La tibia izquierda, igual que las costillas del mismo lado, estaban hechas astillas. Tenía todo el cuerpo con espantosas magulladuras y descolorido. Es imposible certificar cómo fueron producidas aquellas heridas. Tal vez un pesado garrote de madera, o una gran barra de hierro —alguna silla—, o una herramienta ancha, pesada y roma, podría haber producido resultados semejantes. Pero siempre que hubieran sido manejados por un hombre muy fuerte. Ninguna mujer podría haber causado aquellos golpes con clase alguna de arma. Cuando el testigo la vio, la cabeza de la muerta estaba totalmente separada del cuerpo y, además, destrozada. Evidentemente, la garganta había sido seccionada con un instrumento afiladísimo, probablemente una navaja barbera.
»Alexandre Etienne, cirujano, declara haber sido llamado al mismo tiempo que el doctor Dumas, para examinar los cuerpos. Corroboró la declaración y las opiniones de éste.
»No han podido obtenerse más pormenores importantes en otros interrogatorios. Un crimen tan extraño y tan complicado en todos sus aspectos no había sido cometido jamás en París, en el caso de que se trate realmente de un crimen. La Policía carece totalmente de rastro, circunstancia rarísima en asuntos de tal naturaleza. Puede asegurarse, pues, que no existe la menor pista.»
En la edición de la tarde, afirmaba el periódico que reinaba todavía gran excitación en el quartier Saint-Roch; que, de nuevo, se habían investigado cuidadosamente las circunstancias del crimen, pero que no se había obtenido ningún resultado. A última hora anunciaba una noticia que Adolphe Le Bon había sido detenido y encarcelado; pero ninguna de las circunstancias ya expuestas parecía acusarle.
Dupin demostró estar particularmente interesado en el desarrollo de aquel asunto; cuando menos, así lo deducía yo por su conducta, porque no hacía ningún comentario. Tan sólo después de haber sido encarcelado Le Bon me preguntó mi parecer sobre aquellos asesinatos.
Yo no pude expresarle sino mi conformidad con todo el público parisiense, considerando aquel crimen como un misterio insoluble. No acertaba a ver el modo en que pudiera darse con el asesino.
—Por interrogatorios tan superficiales no podemos juzgar nada con respecto al modo de encontrarlo —dijo Dupin—. La Policía de París, tan elogiada por su perspicacia, es astuta, pero nada más. No hay más método en sus diligencias que el que las circunstancias sugieren. Exhiben siempre las medidas tomadas, pero con frecuencia ocurre que son tan poco apropiadas a los fines propuestos que nos hacen pensar en Monsieur Jourdain pidiendo su robede-chambre, pour mieux entendre la musique. A veces no dejan de ser sorprendentes los resultados obtenidos. Pero, en su mayor parte, se consiguen por mera insistencia y actividad. Cuando resultan ineficaces tales procedimientos, fallan todos sus planes. Vidocq, por ejemplo, era un excelente adivinador y un hombre perseverante; pero como su inteligencia carecía de educación, se equivocaba con frecuencia por la misma intensidad de sus investigaciones. Disminuía el poder de su visión por mirar el objeto tan de cerca. Era capaz de ver, probablemente, una o dos circunstancias con una poco corriente claridad; pero al hacerlo perdía necesariamente la visión total del asunto. Esto puede decirse que es el defecto de ser demasiado profundo. La verdad no está siempre en el fondo de un pozo. En realidad, yo pienso que, en cuanto a lo que más importa conocer, es invariablemente superficial. La profundidad se encuentra en los valles donde la buscamos, pero no en las cumbres de las montañas, que es donde la vemos. Las variedades y orígenes de esta especie de error tienen un magnífico ejemplo en la contemplación de los cuerpos celestes. Dirigir a una estrella una rápida ojeada, examinarla oblicuamente, volviendo hacia ella las partes exteriores de la retina (que son más sensibles a las débiles impresiones de la luz que las anteriores), es contemplar la estrella distintamente, obtener la más exacta apreciación de su brillo, brillo que se oscurece a medida que volvemos nuestra visión de lleno hacía ella. En el último caso, caen en los ojos mayor número de rayos, pero en el primero se obtiene una receptibilidad más afinada. Con una extrema profundidad, embrollamos y debilitamos el pensamiento, y aun lo confundimos. Podemos, incluso, lograr que Venus se desvanezca del firmamento si le dirigimos una atención demasiado sostenida, demasiado concentrada o demasiado directa.
»Por lo que respecta a estos asesinatos, examinemos algunas investigaciones por nuestra cuenta, antes de formar de ellos una opinión. Una investigación como ésta nos procurará una buena diversión —a mí me pareció impropia esta última palabra, aplicada al presente caso, pero no dije nada—, y, por otra parte, Le Bon ha comenzado por prestarme un servicio y quiero demostrarle que no soy un ingrato. Iremos al lugar del suceso y lo examinaremos con nuestros propios ojos. Conozco a G..., el prefecto de Policía, y no me será difícil conseguir el permiso necesario.
Nos fue concedida la autorización, y nos dirigimos inmediatamente a la rue Morgue. Es ésta una de esas miserables callejuelas que unen la rue Richelieu y la de Saint-Roch. Cuando llegamos a ella, eran ya las últimas horas de la tarde, porque este barrio se encuentra situado a gran distancia de aquel en que nosotros vivíamos. Pronto hallamos la casa; aún había frente a ella varias personas mirando con vana curiosidad las ventanas cerradas. Era una casa como tantas de París. Tenía una puerta principal, y en uno de sus lados había una casilla de cristales con un bastidor corredizo en la ventanilla, y parecía ser la loge de concierge. Antes de entrar nos dirigimos calle arriba, y, torciendo de nuevo, pasamos a la fachada posterior del edificio. Dupin examinó durante todo este rato los alrededores, así como la casa, con una atención tan cuidadosa, que me era imposible comprender su finalidad.
Volvimos luego sobre nuestros pasos, y llegamos ante la fachada de la casa. Llamamos a la puerta, y después de mostrar nuestro permiso, los agentes de guardia nos permitieron la entrada. Subimos las escaleras, hasta llegar a la habitación donde había sido encontrado el cuerpo de Mademoiselle L'Espanaye y donde se hallaban aún los dos cadáveres. Como de costumbre, había sido respetado el desorden de la habitación. Nada vi de lo que se había publicado en la Gazette des Tribunaux. Dupin lo analizaba todo minuciosamente, sin exceptuar los cuerpos de las víctimas. Pasamos inmediatamente a otras habitaciones, y bajamos luego al patio. Un gendarme nos acompañó a todas partes, y la investigación nos ocupó hasta el anochecer, marchándonos entonces. De regreso a nuestra casa, mi compañero se detuvo unos minutos en las oficinas de un periódico.
He dicho ya que las rarezas de mi amigo eran muy diversas y que je les menageais: esta frase no tiene equivalente en inglés. Hasta el día siguiente, a mediodía, rehusó toda conversación sobre los asesinatos. Entonces me preguntó de pronto si yo había observado algo particular en el lugar del hecho.
En su manera de pronunciar la palabra «particular» había algo que me produjo un estremecimiento sin saber por qué.
—No, nada de particular —le dije—; por lo menos, nada más de lo que ya sabemos por el periódico.
—Mucho me temo —me replicó— que la Gazette no haya logrado penetrar en el insólito horror del asunto. Pero dejemos las necias opiniones de este papelucho. Yo creo que si este misterio se ha considerado como insoluble, por la misma razón debería de ser fácil de resolver, y me refiero al outre carácter de sus circunstancias. La Policía se ha confundido por la ausencia aparente de motivos que justifiquen, no el crimen, sino la atrocidad con que ha sido cometido. Asimismo, les confunde la aparente imposibilidad de conciliar las voces que disputaban con la circunstancia de no haber hallado arriba sino a Mademoiselle L'Espanaye, asesinada, y no encontrar la forma de que nadie saliera del piso sin ser visto por las personas que subían por las escaleras. El extraño desorden de la habitación; el cadáver metido con la cabeza hacia abajo en la chimenea; la mutilación espantosa del cuerpo de la anciana, todas estas consideraciones, con las ya descritas y otras no dignas de mención, han sido suficientes para paralizar sus facultades, haciendo que fracasara por completo la tan cacareada perspicacia de los agentes del Gobierno. Han caído en el grande aunque común error de confundir lo insólito con lo abstruso. Pero precisamente por estas desviaciones de lo normal es por donde ha de hallar la razón su camino en la investigación de la verdad, en el caso de que ese hallazgo sea posible. En investigaciones como la que estamos realizando ahora, no hemos de preguntarnos tanto «qué ha ocurrido» como «qué ha ocurrido que no había ocurrido jamás hasta ahora». Realmente la sencillez con que yo he de llegar o he llegado ya a la solución de este misterio, se halla en razón directa con su aparente falta de solución en el criterio de la Policía.
Con mudo asombro, contemplé a mi amigo.
—Estoy esperando ahora —continuó diciéndome mirando a la puerta de nuestra habitación— a un individuo que aun cuando probablemente no ha cometido esta carnicería bien puede estar, en cierta medida, complicado en ella. Es probable que resulte inocente de la parte más desagradable de los crímenes cometidos. Creo no equivocarme en esta suposición, porque en ella se funda mi esperanza de descubrir el misterio. Espero a este individuo aquí en esta habitación y de un momento a otro. Cierto es que puede no venir, pero lo probable es que venga. Si viene, hay que detenerlo. Aquí hay unas pistolas, y los dos sabemos cómo usarlas cuando las circunstancias lo requieren.
Sin saber lo que hacía, ni lo que oía, tomé las pistolas, mientras Dupin continuaba hablando como si monologara. Se dirigían sus palabras a mí pero su voz no muy alta, tenía esa entonación empleada frecuentemente al hablar con una persona que se halla un poco distante. Sus pupilas inexpresivas miraban fijamente hacia la pared.
—La experiencia ha demostrado plenamente que las voces que disputaban —dijo—, oídas por quienes subían las escaleras, no eran las de las dos mujeres. Este hecho descarta el que la anciana hubiese matado primeramente a su hija y se hubiera suicidado después. Hablo de esto únicamente por respeto al método; porque, además, la fuerza de Madame L'Espanaye no hubiera conseguido nunca arrastrar el cuerpo de su hija por la chimenea arriba tal como fue hallado. Por otra parte, la naturaleza de las heridas excluye totalmente la idea del suicidio. Por tanto, el asesinato ha sido cometido por terceras personas, y las voces de éstas son las que se oyeron disputar. Permítame que le haga notar no todo lo que se ha declarado con respecto a estas voces, sino lo que hay de particular en las declaraciones. ¿No ha observado usted nada en ellas?
Yo le dije que había observado que mientras todos los testigos coincidían en que la voz grave era de un francés, había un gran desacuerdo por lo que respecta a la voz aguda, o áspera, como uno de ellos la había calificado.
—Esto es evidencia pura —dijo—, pero no lo particular de esa evidencia. Usted no ha observado nada característico, pero, no obstante había algo que observar. Como ha notado usted los testigos estuvieron de acuerdo en cuanto a la voz grave. En ello había unanimidad. Pero lo que respecta a la voz aguda consiste su particularidad, no en el desacuerdo, sino en que, cuando un italiano, un inglés, un español, un holandés y un francés intentan describirla cada uno de ellos opina que era la de un extranjero. Cada uno está seguro de que no es la de un compatriota, y cada uno la compara, no a la de un hombre de una nación cualquiera cuyo lenguaje conoce, sino todo lo contrario. Supone el francés que era la voz de un español y que «hubiese podido distinguir algunas palabras de haber estado familiarizado con el español». El holandés sostiene que fue la de un francés, pero sabemos que, por «no conocer este idioma, el testigo había sido interrogado por un intérprete». Supone el inglés que la voz fue la de un alemán; pero añade que «no entiende el alemán». El español «está seguro» de que es la de un inglés, pero tan sólo «lo cree por la entonación, ya que no tiene ningún conocimiento del idioma». El italiano cree que es la voz de un ruso, pero «jamás ha tenido conversación alguna con un ruso». Otro francés difiere del primero, y está seguro de que la voz era de un italiano; pero aunque no conoce este idioma, está, como el español, «seguro de ello por su entonación». Ahora bien, ¡cuán extraña debía de ser aquella voz para que tales testimonios pudieran darse de ella, en cuyas inflexiones, ciudadanos de cinco grandes naciones europeas, no pueden reconocer nada que les sea familiar! Tal vez usted diga que puede muy bien haber sido la voz de un asiático o la de un africano; pero ni los asiáticos ni los africanos se ven frecuentemente por París. Pero, sin decir que esto sea posible, quiero ahora dirigir su atención sobre tres puntos. Uno de los testigos describe aquella voz como «más áspera que aguda»; otros dicen que es «rápida y desigual»; en este caso, no hubo palabras (ni sonidos que se parezcan a ella), que ningún testigo mencionara como inteligibles.
»Ignoro qué impresión —continuó Dupin— puedo haber causado en su entendimiento, pero no dudo en manifestar que las legítimas deducciones efectuadas con sólo esta parte de los testimonios conseguidos (la que se refiere a las voces graves y agudas), bastan por sí mismas para motivar una sospecha que bien puede dirigirnos en todo ulterior avance en la investigación de este misterio. He dicho «legítimas deducciones», pero así no queda del todo explicada mi intención. Quiero únicamente manifestar que esas deducciones son las únicas apropiadas, y que mi sospecha se origina inevitablemente en ellas como una conclusión única. No diré todavía cuál es esa sospecha. Tan sólo deseo hacerle comprender a usted que para mí tiene fuerza bastante para dar definida forma (determinada tendencia) a mis investigaciones en aquella habitación.
»Mentalmente, trasladémonos a ella. ¿Qué es lo primero que hemos de buscar allí? Los medios de evasión utilizados por los asesinos. No hay necesidad de decir que ninguno de los dos creemos en este momento en acontecimientos sobrenaturales. Madame y Mademoiselle L'Espanaye no han sido, evidentemente, asesinadas por espíritus. Quienes han cometido el crimen fueron seres materiales y escaparon por procedimientos materiales. ¿De qué modo? Afortunadamente, sólo hay una forma de razonar con respecto a este punto, y éste habrá de llevarnos a una solución precisa. Examinemos, pues, uno por uno, los posibles medios de evasión. Cierto es que los asesinos se encontraban en la alcoba donde fue hallada Mademoiselle L'Espanaye, o, cuando menos, en la contigua, cuando las personas subían las escaleras. Por tanto, sólo hay que investigar las salidas de estas dos habitaciones. La Policía ha dejado al descubierto los pavimentos, los techos y la mampostería de las paredes en todas partes. A su vigilancia no hubieran podido escapar determinadas salidas secretas. Pero yo no me fiaba de sus ojos y he querido examinarlo con los míos. En efecto, no había salida secreta. Las puertas de las habitaciones que daban al pasillo estaban cerradas perfectamente por dentro. Veamos las chimeneas. Aunque de anchura normal hasta una altura de ocho o diez pies sobre los hogares, no puede, en toda su longitud, ni siquiera dar cabida a un gato corpulento. La imposibilidad de salida por los ya indicados medios es, por tanto, absoluta. Así, pues, no nos quedan más que las ventanas. Por la de la alcoba que da a la fachada principal no hubiera podido escapar nadie sin que la muchedumbre que había en la calle lo hubiese notado. Por tanto, los asesinos han de haber pasado por las de la habitación posterior. Llevados, pues, de estas deducciones y, de forma tan inequívoca, a esta conclusión, no podemos, según un minucioso razonamiento, rechazarla, teniendo en cuenta aparentes imposibilidades. Nos queda sólo por demostrar que esas aparentes «imposibilidades» en realidad no lo son.
»En la habitación hay dos ventanas. Una de ellas no se halla obstruida por los muebles, y está completamente visible. La parte inferior de la otra la oculta a la vista la cabecera de la pesada armazón del lecho, estrechamente pegada a ella. La primera de las dos ventanas está fuertemente cerrada y asegurada por dentro. Resistió a los más violentos esfuerzos de quienes intentaron levantarla. En la parte izquierda de su marco veíase un gran agujero practicado con una barrena, y un clavo muy grueso hundido en él hasta la cabeza. Al examinar la otra ventana se encontró otro clavo semejante, clavado de la misma forma, y un vigoroso esfuerzo para separar el marco fracasó también. La Policía se convenció entonces de que por ese camino no se había efectuado la salida, y por esta razón consideró superfluo quitar aquellos clavos y abrir las ventanas.
»Mi examen fue más minucioso, por la razón que acabo ya de decir, ya que sabía era preciso probar que todas aquellas aparentes imposibilidades no lo eran realmente.
Continué razonando así a posteriori. Los asesinos han debido de escapar por una de estas ventanas. Suponiendo esto, no es fácil que pudieran haberlas sujetado por dentro, como se las ha encontrado, consideración que, por su evidencia, paralizó las investigaciones de la Policía en este aspecto. No obstante, las ventanas estaban cerradas y aseguradas. Era, pues, preciso que pudieran cerrarse por sí mismas. No había modo de escapar a esta conclusión. Fui directamente a la ventana no obstruida, y con cierta dificultad extraje el clavo y traté de levantar el marco. Como yo suponía, resistió a todos los esfuerzos. Había, pues, evidentemente, un resorte escondido, y este hecho, corroborado por mi idea, me convenció de que mis premisas, por muy misteriosas que apareciesen las circunstancias relativas a los clavos, eran correctas. Una minuciosa investigación me hizo descubrir pronto el oculto resorte. Lo oprimí y, satisfecho con mi descubrimiento, me abstuve de abrir la ventana.
»Volví entonces a colocar el clavo en su sitio, después de haberlo examinado atentamente. Una persona que hubiera pasado por aquella ventana podía haberla cerrado y haber funcionado solo el resorte. Pero el clavo no podía haber sido colocado. Esta conclusión está clarisima, y restringía mucho el campo de mis investigaciones. Los asesinos debían, por tanto, de haber escapado por la otra ventana. Suponiendo que los dos resortes fueran iguales, como era posible, debía, pues, de haber una diferencia entre los clavos, o, por lo menos, en su colocación. Me subí sobre las correas de la armadura del lecho, y por encima de su cabecera examiné minuciosamente la segunda ventana. Pasando la mano por detrás de la madera, descubrí y apreté el resorte, que, como yo había supuesto, era idéntico al anterior. Entonces examiné el clavo. Era del mismo grueso que el otro, y aparentemente estaba clavado de la misma forma, hundido casi hasta la cabeza.
»Tal vez diga usted que me quedé perplejo; pero si piensa semejante cosa es que no ha comprendido bien la naturaleza de mis deducciones. Sirviéndome de un término deportivo, no me he encontrado ni una vez «en falta». El rastro no se ha perdido ni un solo instante. En ningún eslabón de la cadena ha habido un defecto. Hasta su última consecuencia he seguido el secreto. Y la consecuencia era el clavo. En todos sus aspectos, he dicho, aparentaba ser análogo al de la otra ventana; pero todo esto era nada (tan decisivo como parecía) comparado con la consideración de que en aquel punto terminaba mi pista. «Debe de haber algún defecto en este clavo», me dije. Lo toqué, y su cabeza, con casi un cuarto de su espiga, se me quedó en la mano. El resto quedó en el orificio donde se había roto. La rotura era antigua, como se deducía del óxido de sus bordes, y, al parecer, había sido producido por un martillazo que hundió una parte de la cabeza del clavo en la superficie del marco. Volví entonces a colocar cuidadosamente aquella parte en el lugar de donde la había separado, y su semejanza con un clavo intacto fue completa. La rotura era inapreciable. Apreté el resorte y levanté suavemente el marco unas pulgadas. Con él subió la cabeza del clavo, quedando fija en su agujero. Cerré la ventana, y fue otra vez perfecta la apariencia del clavo entero.
»Hasta aquí estaba resuelto el enigma. El asesino había huido por la ventana situada a la cabecera del lecho. Al bajar por sí misma, luego de haber escapado por ella, o tal vez al ser cerrada deliberadamente, se había quedado sujeta por el resorte, y la sujeción de éste había engañado a la Policía, confundiéndola con la del clavo, por lo cual se había considerado innecesario proseguir la investigación.
»El problema era ahora saber cómo había bajado el asesino. Sobre este punto me sentía satisfecho de mi paseo en torno al edificio. Aproximadamente a cinco pies y medio de la ventana en cuestión, pasa la cadena de un pararrayos. Por ésta hubiera sido imposible a cualquiera llegar hasta la ventana, y ya no digamos entrar. Sin embargo, al examinar los postigos del cuarto piso, vi que eran de una especie particular, que los carpinteros parisienses llaman ferrades, especie poco usada hoy, pero hallada frecuentemente en las casas antiguas de Lyon y Burdeos. Tienen la forma de una puerta normal (sencilla y no de dobles batientes), excepto que su mitad superior está enrejada o trabajada a modo de celosía, por lo que ofrece un asidero excelente para las manos. En el caso en cuestión, estos postigos tienen una anchura de tres pies y medio, más o menos. Cuando los vimos desde la parte posterior de la casa, los dos estaban abiertos hasta la mitad; es decir, formaban con la pared un ángulo recto. Es probable que la Policía haya examinado, como yo, la parte posterior del edificio; pero al mirar las ferrades en el sentido de su anchura (como deben de haberlo hecho), no se han dado cuenta de la dimensión en este sentido, o cuando menos no le han dado la necesaria importancia. En realidad, una vez se convencieron de que no podía efectuarse la huida por aquel lado, no lo examinaron sino superficialmente. Sin embargo, para mí era claro que el postigo que pertenecía a la ventana situada a la cabecera de la cama, si se abría totalmente, hasta que tocara la pared, llegaría hasta unos dos pies de la cadena del pararrayos. También estaba claro que con el esfuerzo de una energía y un valor insólitos podía muy bien haberse entrado por aquella ventana con ayuda de la cadena. Llegado a aquella distancia de dos pies y medio (supongamos ahora abierto el postigo), un ladrón hubiese podido encontrar en el enrejada un sólido asidero, para que luego, desde él, soltando la cadena y apoyando bien los pies contra la pared, pudiera lanzarse rápidamente, caer en la habitación y atraer hacia sí violentamente el postigo, de modo que se cerrase, y suponiendo, desde luego, que se hallara siempre la ventana abierta.
»Tenga usted en cuenta que me he referido a una energía insólita, necesaria para llevar a cabo con éxito una empresa tan arriesgada y difícil. Mi propósito es el de demostrarle, en primer lugar, que el hecho podía realizarse, y en segundo, y muy principalmente, llamar su atención sobre el carácter extraordinario, casi sobrenatural, de la agilidad necesaria para su ejecución.
»Me replicará usted, sin duda, valiéndose del lenguaje de la ley, que para «defender mi causa» debiera más bien prescindir de la energía requerida en ese caso antes que insistir en valorarla exactamente. Esto es realizable en la práctica forense, pero no en la razón. Mi objetivo final es la verdad tan sólo, y mi propósito inmediato conducir a usted a que compare esa insólita energía de que acabo de hablarle con la peculiarísima voz aguda (o áspera), y desigual, con respecto a cuya nacionalidad no se han hallado siquiera dos testigos que estuviesen de acuerdo, y en cuya pronunciación no ha sido posible descubrir una sola sílaba.
A estas palabras comenzó a formarse en mi espíritu una vaga idea de lo que pensaba Dupin. Me parecía llegar al límite de la comprensión, sin que todavía pudiera entender, lo mismo que esas personas que se encuentran algunas veces al borde de un recuerdo y no son capaces de llegar a conseguirlo. Mi amigo continuó su razonamiento.
—Habrá usted visto —dijo— que he retrotraído la cuestión del modo de salir al de entrar. Mi plan es demostrarle que ambas cosas se han efectuado de la misma manera y por el mismo sitio. Volvamos ahora al interior de la habitación. Estudiemos todos sus aspectos. Según se ha dicho, los cajones de la cómoda han sido saqueados, aunque han quedado en ellos algunas prendas de vestir. Esta conclusión es absurda. Es una simple conjetura, muy necia, por cierto, y nada más. ¿Cómo es posible saber que todos esos objetos encontrados en los cajones no eran todo lo que contenían? Madame L'Espanaye y su hija vivían una vida excesivamente retirada. No se trataban con nadie, salían rara vez y, por consiguiente, tenían pocas ocasiones para cambiar de vestido. Los objetos que se han encontrado eran de tan buena calidad, por lo menos, como cualquiera de los que posiblemente hubiesen poseído esas señoras. Si un ladrón hubiera cogido alguno, ¿por qué no los mejores, o por qué no todos? En fin, ¿hubiese abandonado cuatro mil francos en oro para cargar con un fardo de ropa blanca? El oro fue abandonado. Casi la totalidad de la suma mencionada por Monsieur Mignaud, el banquero, ha sido hallada en el suelo, en los saquitos. Insisto, por tanto, en querer descartar de su pensamiento la idea desatinada de un motivo, engendrada en el cerebro de la Policía por esa declaración que se refiere a dinero entregado a la puerta de la casa. Coincidencias diez veces más notables que ésta (entrega del dinero y asesinato, tres días más tarde, de la persona que lo recibe) se presentan constantemente en nuestra vida sin despertar siquiera nuestra atención momentánea. Por lo general las coincidencias son otros tantos motivos de error en el camino de esa clase de pensadores educados de tal modo que nada saben de la teoría de probabilidades, esa teoría a la cual las más memorables conquistas de la civilización humana deben lo más glorioso de su saber. En este caso, si el oro hubiera desaparecido, el hecho de haber sido entregado tres días antes hubiese podido parecer algo más que una coincidencia. Corroboraría la idea de un motivo. Pero, dadas las circunstancias reales del caso, si hemos de suponer que el oro ha sido el móvil del hecho, también debemos imaginar que quien lo ha cometido ha sido tan vacilante y tan idiota que ha abandonado al mismo tiempo el oro y el motivo.
»Fijados bien en nuestro pensamiento los puntos sobre los cuales he llamado su atención (la voz peculiar, la insólita agilidad y la sorprendente falta de motivo en un crimen de una atrocidad tan singular como éste), examinemos por sí misma esta carnicería. Nos encontramos con una mujer estrangulada con las manos y metida cabeza abajo en una chimenea. Normalmente, los criminales no emplean semejante procedimiento de asesinato. En el violento modo de introducir el cuerpo en la chimenea habrá usted de admitir que hay algo excesivamente exagerado, algo que está en desacuerdo con nuestras corrientes nociones respecto a los actos humanos, aun cuando supongamos que los autores de este crimen sean los seres más depravados. Por otra parte, piense usted cuán enorme debe de haber sido la fuerza que logró introducir tan violentamente el cuerpo hacia arriba en una abertura como aquélla, por cuanto los esfuerzos unidos de varias personas apenas si lograron sacarlo de ella.
»Fijemos ahora nuestra atención en otros indicios que ponen de manifiesto este vigor maravilloso. Había en el hogar unos espesos mechones de grises cabellos humanos. Habían sido arrancados de cuajo. Sabe usted la fuerza que es necesaria para arrancar de la cabeza, aun cuando no sean más que veinte o treinta cabellos a la vez. Usted habrá visto tan bien como yo aquellos mechones. Sus raíces (¡qué espantoso espectáculo!) tenían adheridos fragmentos de cuero cabelludo, segura prueba de la prodigiosa fuerza que ha sido necesaria para arrancar tal vez un millar de cabellos a la vez. La garganta de la anciana no sólo estaba cortada, sino que tenía la cabeza completamente separada del cuerpo, y el instrumento para esta operación fue una sencilla navaja barbera. Le ruego que se fije también en la brutal ferocidad de tal acto. No es necesario hablar de las magulladuras que aparecieron en el cuerpo de Madame L'Espanaye. Monsieur Dumas y su honorable colega Monsieur Etienne han declarado que habían sido producidas por un instrumento romo. En ello, estos señores están en lo cierto. El instrumento ha sido, sin duda alguna, el pavimento del patio sobre el que la víctima ha caído desde la ventana situada encima del lecho. Por muy sencilla que parezca ahora esta idea, escapó a la Policía, por la misma razón que le impidió notar la anchura de los postigos, porque, dada la circunstancia de los clavos, su percepción estaba herméticamente cerrada a la idea de que las ventanas hubieran podido ser abiertas.
»Si ahora, como añadidura a todo esto, ha reflexionado usted bien acerca del extraño desorden de la habitación, hemos llegado ya al punto de combinar las ideas de agilidad maravillosa, fuerza sobrehumana, bestial ferocidad, carnicería sin motivo, una grotesquerie en lo horrible, extraña en absoluto a la humanidad, y una voz extranjera por su acento para los oídos de hombres de distintas naciones y desprovista de todo silabeo que pudieran advertirse distinta e inteligiblemente. ¿Qué se deduce de todo ello? ¿Cuál es la impresión que ha producido en su imaginación?
Al hacerme Dupin esta pregunta, sentí un escalofrío.
—Un loco ha cometido ese crimen —dije—, algún lunático furioso que se habrá escapado de alguna Maison de Santé vecina.
—En algunos aspectos —me contestó— no es desacertada su idea. Pero hasta en sus más feroces paroxismos, las voces de los locos no se parecen nunca a esa voz peculiar oída desde la calle. Los locos pertenecen a una nación cualquiera, y su lenguaje, aunque incoherente, es siempre articulado. Por otra parte, el cabello de un loco no se parece al que yo tengo en la mano. De los dedos rígidamente crispados de Madame L'Espanaye he desenredado esté pequeño mechón. ¿Qué puede usted deducir de esto?
—Dupin —exclamé, completamente desalentado—, ¡qué cabello más raro! No es un cabello humano.
—Yo no he dicho que lo fuera —me contestó—. Pero antes de decidir con respecto a este particular, le ruego que examine este pequeño diseño que he trazado en un trozo de papel. Es un facsímil que representa lo que una parte de los testigos han declarado como cárdenas magulladuras y profundos rasguños producidos por las uñas en el cuello de Mademoiselle L'Espanaye, y que los doctores Dumas y Etienne llaman una serie de manchas lívidas evidentemente producidas por la impresión de los dedos.
Comprenderá usted —continuó mi amigo, desdoblando el papel sobre la mesa y ante nuestros ojos —que este dibujo da idea de una presión firme y poderosa. Aquí no hay deslizamiento visible. Cada dedo ha conservado, quizás hasta la muerte de la víctima, la terrible presa en la cual se ha moldeado. Pruebe usted ahora de colocar sus dedos, todos a un tiempo, en las respectivas impresiones, tal como las ve usted aquí.
Lo intenté en vano.
—Es posible —continuó— que no efectuemos esta experiencia de un modo decisivo. El papel está desplegado sobre una superficie plana, y la garganta humana es cilíndrica. Pero aquí tenemos un tronco cuya circunferencia es, poco más o menos, la de la garganta. Arrolle a su superficie este diseño y volvamos a efectuar la experiencia.
Lo hice así, pero la dificultad fue todavía más evidente que la primera vez.
—Esta —dije— no es la huella de una mano humana.
—Ahora, lea este pasaje de Cuvier —continuó Dupin.
Era una historia anatómica, minuciosa y general, del gran orangután salvaje de las islas de la India Oriental. Son harto conocidas de todo el mundo la gigantesca estatura, la fuerza y agilidad prodigiosas, la ferocidad salvaje y las facultades de imitación de estos mamíferos. Comprendí entonces, de pronto, todo el horror de aquellos asesinatos.
—La descripción de los dedos —dije, cuando hube terminado la lectura— está perfectamente de acuerdo con este dibujo. Creo que ningún animal, excepto el orangután de la especie que aquí se menciona, puede haber dejado huellas como las que ha dibujado usted. Este mechón de pelo ralo tiene el mismo carácter que el del animal descrito por Cuvier. Pero no me es posible comprender las circunstancias de este espantoso misterio. Hay que tener en cuenta, además, que se oyeron disputar dos voces, e, indiscutiblemente, una de ellas pertenecía a un francés.
—Cierto, y recordará usted una expresión atribuida casi unánimemente a esa voz por los testigos; la expresión «Mon Dieu». Y en tales circunstancias, uno de los testigos (Montani, el confitero) la identificó como expresión de protesta o reconvención. Por tanto, yo he fundado en estas voces mis esperanzas de la completa solución de este misterio. Indudablemente, un francés conoce el asesinato. Es posible, y en realidad, más que posible, probable, que él sea inocente de toda participación en los hechos sangrientos que han ocurrido. Puede habérsele escapado el orangután, y puede haber seguido su rastro hasta la habitación. Pero, dadas las agitadas circunstancias que se hubieran producido, pudo no haberle sido posible capturarle de nuevo. Todavía anda suelto el animal. No es mi propósito continuar estas conjeturas, y las califico así porque no tengo derecho a llamarlas de otro modo, ya que los atisbos de reflexión en que se fundan apenas alcanzan la suficiente base para ser apreciables incluso para mi propia inteligencia, y, además, porque no puedo hacerlas inteligibles para la comprensión de otra persona. Llamémoslas, pues, conjeturas, y considerémoslas así. Si, como yo supongo, el francés a que me refiero es inocente de tal atrocidad, este anuncio que, a nuestro regreso, dejé en las oficinas de Le Monde, un periódico consagrado a intereses marítimos y muy buscado por los marineros, nos lo traerá a casa.
Me entregó el periódico, y leí:
CAPTURA
En el Bois de Boulogne se ha encontrado a primeras horas de la mañana del día... de los corrientes (la mañana del crimen), un enorme orangután de la especie de Borneo. Su propietario (que se sabe es un marino perteneciente a la tripulación de un navío maltés) podrá recuperar el animal, previa su identificación, pagando algunos pequeños gestos ocasionados por su captura y manutención. Dirigirse al número... de la rue... faubourg Saint-Germain... tercero.
—¿Cómo ha podido usted saber —le pregunté a Dupin— que el individuo de que se trata es marinero y está enrolado en un navío maltés?
—Yo no lo conozco —repuso Dupin—. No estoy seguro de que exista. Pero tengo aquí este pedacito de cinta que, a juzgar por su forma y su grasiento aspecto, ha sido usada, evidentemente, para anudar los cabellos en forma de esas largas guerres a que tan aficionados son los marineros. Por otra parte, este lazo saben anudarlo muy pocas personas, y es característico de los malteses. Recogí esta cinta al pie de la cadena del pararrayos. No puede pertenecer a ninguna de las dos víctimas. Todo lo más, si me he equivocado en mis deducciones con respecto a este lazo, es decir, pensando que ese francés sea un marinero enrolado en un navío maltés, no habré perjudicado a nadie diciendo lo que he dicho en el anuncio. Si me he equivocado, supondrá él que algunas circunstancias me engañaron, y no se tomará el trabajo de inquirirlas. Pero, si acierto, habremos dado un paso muy importante. Aunque inocente del crimen, el francés habrá de conocerlo, y vacilará entre si debe responder o no al anuncio y reclamar o no al orangután.
Sus razonamientos serán los siguientes: «Soy inocente; soy pobre; mi orangután vale mucho dinero, una verdadera fortuna para un hombre que se encuentra en mi situación. ¿Por qué he de perderlo por un vano temor al peligro? Lo tengo aquí, a mi alcance. Lo encontraron en el Bois de Boulogne, a mucha distancia del escenario de aquel crimen. ¿Quién sospecharía que un animal ha cometido semejante acción? La Policía está despistada. No ha obtenido el menor indicio. Dado el caso de que sospecharan del animal, será imposible demostrar que yo tengo conocimiento del crimen, ni mezclarme en él por el solo hecho de conocerlo. Además, me conocen. El anunciante me señala como dueño del animal. No sé hasta qué punto llega este conocimiento. Si soslayo el reclamar una propiedad de tanto valor y que, además, se sabe que es mía, concluiré haciendo sospechoso al animal. No es prudente llamar la atención sobre mí ni sobre él. Contestaré, por tanto, a este anuncio, recobraré mi orangután y le encerraré hasta que se haya olvidado por completo este asunto.»
En este instante oímos pasos en la escalera.
—Esté preparado —me dijo Dupin—. Coja sus pistolas, pero no haga uso de ellas, ni las enseñe, hasta que yo le haga una señal.
Habíamos dejado abierta la puerta principal de la casa. El visitante entró sin llamar y subió algunos peldaños de la escalera. Ahora, sin embargo, parecía vacilar. Le oímos descender. Dupin se precipitó hacia la puerta, pero en aquel instante le oímos subir de nuevo. Ahora ya no retrocedía por segunda vez, sino que subió con decisión y llamó a la puerta de nuestro piso.
—Adelante—dijo Dupin con voz satisfecha y alegre.
Entró un hombre. A no dudarlo, era un marinero; un hombre alto, fuerte, musculoso, con una expresión de arrogancia no del todo desagradable. Su rostro, muy atezado, estaba oculto en más de su mitad por las patillas y el mustachio. Estaba provisto de un grueso garrote de roble, y no parecía llevar otras armas. Saludó, inclinándose torpemente, pronunciando un «Buenas tardes» con acento francés, el cual, aunque, bastardeada levemente por el suizo, daba a conocer a las claras su origen parisiense.
—Siéntese, amigo —dijo Dupin—. Supongo que viene a reclamar su orangután. Le aseguro que casi se lo envidio. Es un hermoso animal, y, sin duda alguna, de mucho precio. ¿Qué edad cree usted que tiene?
El marinero suspiró hondamente, como quien se libra de un peso intolerable, y contestó luego con voz firme:
—No puedo decírselo, pero no creo que tenga más de cuatro o cinco años. ¿Lo tiene usted aquí?
—¡Oh, no! Esta habitación no reúne condiciones para ello. Está en una cuadra de alquiler en la rue Dubourg, cerca de aquí. Mañana por la mañana, si usted quiere, podrá recuperarlo. Supongo que vendrá usted preparado para demostrar su propiedad.
—Sin duda alguna, señor.
—Mucho sentiré tener que separarme de él —dijo Dupin.
—No pretendo que se haya usted tomado tantas molestias para nada, señor —dijo el hombre—. Ni pensarlo. Estoy dispuesto a pagar una gratificación por el hallazgo del animal, mientras sea razonable.
—Bien —contestó mi amigo—. Todo esto es, sin duda, muy justo. Veamos. ¿Qué voy a pedirle? ¡Ah, ya sé! Se lo diré ahora. Mi gratificación será ésta: ha de decirme usted cuanto sepa con respecto a los asesinatos de la rue Morgue.
Estas últimas palabras las dijo Dupin en voz muy baja y con una gran tranquilidad. Con análoga tranquilidad se dirigió hacia la puerta, la cerró y se guardó la llave en el bolsillo. Luego sacó la pistola, y, sin mostrar agitación alguna, la dejó sobre la mesa.
La cara del marinero enrojeció como si se hallara en un arrebato de sofocación. Se levantó y empuñó su bastón. Pero inmediatamente se dejó caer sobre la silla, con un temblor convulsivo y con el rostro de un cadáver. No dijo una sola palabra, y le compadecí de todo corazón.
—Amigo mío —dijo Dupin bondadosamente—, le aseguro que se alarma usted sin motivo alguno. No es nuestro propósito causarle el menor daño. Le doy a usted mi palabra de honor de caballero y francés, que nuestra intención no es perjudicarle. Sé perfectamente que nada tiene usted que ver con las atrocidades de la rue Morgue. Sin embargo, no puedo negar que, en cierto modo, está usted complicado. Por cuanto le digo comprenderá usted perfectamente, que, con respecto a este punto, poseo excelentes medios de información, medios en los cuales no hubiera usted pensado jamás. El caso está ya claro para nosotros. Nada ha hecho usted que haya podido evitar. Naturalmente, nada que lo haga a usted culpable. Nadie puede acusarle de haber robado, pudiendo haberlo hecho con toda impunidad, y no tiene tampoco nada que ocultar. También carece de motivos para hacerlo. Además, por todos los principios del honor, está usted obligado a confesar cuanto sepa. Se ha encarcelado a un inocente a quien se acusa de un crimen cuyo autor solamente usted puede señalar.
Cuando Dupin hubo pronunciado estas palabras, ya el marinero había recobrado un poco su presencia de ánimo. Pero toda su arrogancia había desaparecido.
—¡Que Dios me ampare! —exclamó después de una breve pausa—. Le diré cuanto sepa sobre el asunto; pero estoy seguro de que no creerá usted ni la mitad siquiera. Estaría loco si lo creyera. Sin embargo, soy inocente, y aunque me cueste la vida le hablaré con franqueza.
En resumen, fue esto lo que nos contó:
Había hecho recientemente un viaje al archipiélago Indico. Él formaba parte de un grupo que desembarcó en Borneo, y pasó al interior para una excursión de placer. Entre éI y un compañero suyo habían dado captura al orangután. Su compañero murió, y el animal quedó de su exclusiva pertenencia. Después de muchas molestias producidas por la ferocidad indomable del cautivo, durante el viaje de regreso consiguió por fin alojarlo en su misma casa, en París, donde, para no atraer sobre él la curiosidad insoportable de los vecinos, lo recluyó cuidadosamente, con objeto de que curase de una herida que se había producido en un pie con una astilla, a bordo de su buque. Su proyecto era venderlo.
Una noche, o, mejor dicho, una mañana, la del crimen, al volver de una francachela celebrada con algunos marineros, encontró al animal en su alcoba. Se había escapado del cuarto contiguo, donde él creía tenerlo seguramente encerrado. Se hallaba sentado ante un espejo, teniendo una navaja de afeitar en una mano. Estaba todo enjabonado, intentando afeitarse, operación en la que probablemente había observado a su amo a través del ojo de la cerradura. Aterrado, viendo tan peligrosa arma en manos de un animal tan feroz y sabiéndole muy capaz de hacer uso de ella, el hombre no supo qué hacer durante un segundo. Frecuentemente había conseguido dominar al animal en sus accesos más furiosos utilizando un látigo, y recurrió a él también en aquella ocasión. Pero al ver el látigo, el orangután saltó de repente fuera de la habitación, echó a correr escaleras abajo, y, viendo una ventana, desgraciadamente abierta, salió a la calle.
El francés, desesperado, corrió tras él. El mono, sin soltar la navaja, se paraba de vez en cuando, se volvía y le hacía muecas, hasta que el hombre llegaba cerca de él; entonces escapaba de nuevo. La persecución duró así un buen rato. Se hallaban las calles en completa tranquilidad, porque serían las tres de la madrugada. Al descender por un pasaje situado detrás de la rue Morgue, la atención del fugitivo fue atraída por una luz procedente de la ventana abierta de la habitación de Madame L'Espanaye, en el cuarto piso. Se precipitó hacia la casa, y al ver la cadena del pararrayos, trepó ágilmente por ella, se agarró al postigo, que estaba abierto de par en par hasta la pared, y, apoyándose en ésta, se lanzó sobre la cabecera de la cama. Apenas si toda esta gimnasia duró un minuto. El orangután, al entrar en la habitación, había rechazado contra la pared el postigo, que de nuevo quedó abierto.
El marinero estaba entonces contento y perplejo. Tenía grandes esperanzas de capturar ahora al animal, que podría escapar difícilmente de la trampa donde se había metido, de no ser que lo hiciera por la cadena, donde él podría salirle al paso cuando descendiese. Por otra parte, le inquietaba grandemente lo que pudiera ocurrir en el interior de la casa, y esta última reflexión le decidió a seguir al fugitivo. Para un marinero no es difícil trepar por una cadena de pararrayos. Pero una vez hubo llegado a la altura de la ventana, cerrada entonces, se vio en la imposibilidad de alcanzarla. Todo lo que pudo hacer fue dirigir una rápida ojeada al interior de la habitación. Lo que vio le sobrecogió de tal modo de terror que estuvo a punto de caer. Fue entonces cuando se oyeron los terribles gritos que despertaron, en el silencio de la noche, al vecindario de la rue Morgue. Madame L'Espanaye y su hija, vestidas con sus camisones, estaban, según parece, arreglando algunos papeles en el cofre de hierro ya mencionado, que había sido llevado al centro de la habitación. Estaba abierto, y esparcido su contenido por el suelo. Sin duda, las víctimas se hallaban de espaldas a la ventana, y, a juzgar por el tiempo que transcurrió entre la llegada del animal y los gritos, es probable que no se dieran cuenta inmediatamente de su presencia. El golpe del postigo debió de ser verosímilmente atribuido al viento.
Cuando el marinero miró al interior, el terrible animal había asido a Madame L’Espanaye por los cabellos, que, en aquel instante, tenía sueltos, por estarse peinando, y movía la navaja ante su rostro imitando los ademanes de un barbero. La hija yacía inmóvil en el suelo, desvanecida. Los gritos y los esfuerzos de la anciana (durante los cuales estuvo arrancando el cabello de su cabeza) tuvieron el efecto de cambiar los probables propósitos pacíficos del orangután en pura cólera. Con un decidido movimiento de su hercúleo brazo le separó casi la cabeza del tronco. A la vista de la sangre, su ira se convirtió en frenesí. Con los dientes apretados y despidiendo llamas por los ojos, se lanzó sobre el cuerpo de la hija y clavó sus terribles garras en su garganta, sin soltarla hasta que expiró. Sus extraviadas y feroces miradas se fijaron entonces en la cabecera del lecho, sobre la cual la cara de su amo, rígida por el horror, apenas si se distinguía en la oscuridad. La furia de la bestia, que recordaba todavía el terrible látigo, se convirtió instantáneamente en miedo. Comprendiendo que lo que había hecho le hacía acreedor de un castigo, pareció deseoso de ocultar su sangrienta acción. Con la angustia de su agitación y nerviosismo, comenzó a dar saltos por la alcoba, derribando y destrozando los muebles con sus movimientos y levantando los colchones del lecho. Por fin, se apoderó del cuerpo de la joven y a empujones lo introdujo por la chimenea en la posición en que fue encontrado. Inmediatamente después se lanzó sobre el de la madre y lo precipitó de cabeza por la ventana.
Al ver que el mono se acercaba a la ventana con su mutilado fardo, el marinero retrocedió horrorizado hacia la cadena, y, más que agarrándose, dejándose deslizar por ella, se fue inmediata y precipitadamente a su casa, con el temor de las consecuencias de aquella horrible carnicería, y abandonando gustosamente, tal fue su espanto, toda preocupación por lo que pudiera sucederle al orangután. Así, pues, las voces oídas por la gente que subía las escaleras fueron sus exclamaciones de horror, mezcladas con los diabólicos parloteos del animal.
Poco me queda que añadir. Antes del amanecer, el orangután debió de huir de la alcoba, utilizando la cadena del pararrayos. Maquinalmente cerraría la ventana al pasar por ella. Tiempo más tarde fue capturado por su dueño, quien lo vendió por una fuerte suma para el Jardín des plantes. Después de haber contado cuanto sabíamos, añadiendo algunos comentarios por parte de Dupin, en el bureau del Prefecto de Policía, Le Bon fue puesto inmediatamente en libertad. El funcionario, por muy inclinado que estuviera en favor de mi amigo, no podía disimular de modo alguno su mal humor, viendo el giro que el asunto había tomado y se permitió una o dos frases sarcásticas con respecto a la corrección de las personas que se mezclaban en las funciones que a él le correspondían.
—Déjele que diga lo que quiera —me dijo luego Dupin, que no creía oportuno contestar—. Déjele que hable. Así aligerará su conciencia. Por lo que a mí respecta, estoy contento de haberle vencido en su propio terreno. No obstante, el no haber acertado la solución de este misterio no es tan extraño como él supone, porque, realmente, nuestro amigo el Prefecto es lo suficientemente agudo para pensar sobre ello con profundidad. Pero su ciencia carece de base. Todo él es cabeza, mas sin cuerpo, como las pinturas de la diosa Laverna, o, por mejor decir, todo cabeza y espalda, como el bacalao. Sin embargo, es una buena persona. Le aprecio particularmente por un rasgo magistral de hipocresía, al cual debe su reputación de hombre de talento. Me refiero a su modo de nier ce qui est, et d'expliquer ce qui n'est pas.*
F I N
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